domingo, 19 de diciembre de 2010

El puñal y la herida - Héctor Abad Faciolince

Escritor colombiano.

EN ECUADOR ACABAN DE HACER UN censo para que la gente se defina étnicamente.

La pregunta específica decía así: “¿Cómo se identifica usted de acuerdo con su cultura y costumbres?: a) indígena; b) afroecuatoriano; c) negro; d) mulato; e) montubio; f) mestizo; h) blanco; i) otro”.

Como la pregunta parte de las costumbres, se supone que uno al responder no debía simplemente mirarse al espejo ni medir la cantidad de melanina en la piel. Pedían, por un acto de introspección, que uno se definiera como blanco, negro, indígena, etc., según la cultura (y eso suponiendo que haya una cultura blanca, otra negra, otra afroecuatoriana…). En los censos de otras partes del mundo es el funcionario del gobierno quien, después de echarnos un vistazo, hace la clasificación racial correspondiente. En el caso ecuatoriano, entonces, si uno fue un niño negro adoptado por una familia blanca, ahora como adulto (por tradición) debería definirse como blanco, y viceversa, si uno es blanco en apariencia, pero fue adoptado por una familia negra, deberá definirse como negro.

Si aplicáramos, para definirnos, un criterio puramente biológico –genético–, los datos que aporta la investigación científica dicen que todos (desde los suecos hasta los chinos, pasando por los aborígenes australianos para llegar hasta los indios de la Patagonia), todos, tenemos un ancestro común en África, una Eva africana de la cual no hay Homo Sapiens actual que no descienda. Así que en rigor cualquiera de nosotros debería contestar un cuestionario así declarándose afrodescendiente. Pero si uno quisiera descubrir un ancestro más reciente podría hacer otras consideraciones. Para el caso antioqueño (por poner un ejemplo) se han hecho investigaciones genéticas que dicen que en el 90% de los antioqueños hay un antepasado indígena de sexo femenino y un antepasado europeo de sexo masculino. La conquista, hecha en su mayoría por hombres españoles, que venían sin mujeres, provocó que (por voluntad o por violación) hubiera muchos hijos con mujeres indígenas. Y la masacre y el genocidio, como suele ocurrir desde la antigüedad en las guerras de conquista, ocurrió sobre todo contra los varones indios.

Con la titulación colectiva de tierras, y a veces con la acción afirmativa de los gobiernos, hay ocasiones en que resulta importante y útil tener una definición precisa de la propia pertenencia a algún sexo o a alguna raza. Si yo fuera hermafrodita y hubiera más opciones de empleo para las mujeres, sería preferible que me definiera mujer, en vez de hombre. Eso mismo ocurre con muchos indígenas y muchos afrodescendientes (de aspecto exterior mestizo o mulato) que prefieren definirse como indígenas o negros con tal de no perder ciertas ventajas. Como no hay en absoluto razas humanas puras, decir que uno es esto o lo otro es una elaboración imaginaria.

Entiendo muy bien que si uno está haciendo un estudio sobre población discriminada y encuentra que los negros o los indígenas se mueren, en promedio, mucho más jóvenes que los blancos, porque reciben peor atención médica, es importante tener diferenciaciones étnicas de la población. Pero al mismo tiempo sueño con país y con un mundo en el que las diferencias raciales carezcan de importancia. Ojalá uno no fuera definido por su pertenencia a un grupo, a una nación o a un pueblo, sino que cada ser humano fuera considerado por lo que es en sí mismo. Las culpas caducan y no conviene vivir siempre rumiando la memoria del oprobio. Si entre mis antepasados hay esclavistas o violadores blancos, si en mis genes hay una esclava o un violador negro, si en la historia de mi sangre hay una mujer india, un abuelo judío o un bisabuelo árabe, de nada de esto yo soy responsable. No puedo cargar con su orgullo ni con su vergüenza. La identidad no es colectiva. Cada uno es lo que es. Y en nuestros países de origen bastardo todos somos, como decía un poeta, el puñal y la herida. De eso somos hijos, del puñal y de la herida.

Tomado del El Espectador - Diario de Bogotá

miércoles, 8 de diciembre de 2010

ELOGIO DE LA LECTURA Y LA FICCIÓN - DISCURSO DE VARGAS LLOSA, AL RECIBIR EL PREMIO NOBEL DE LITERATURA



Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d'Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma -la escritura y la estructura- lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la
sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos -aunque nunca llegaremos a alcanzarla- a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy -que trato de ser- fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la inteligensia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía
Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman "las raíces", mis vínculos con mi propio país -lo que tampoco tendría mucha importancia-, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del
apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si -el destino no lo quiera y
los peruanos no lo permitan- el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de "todas las sangres". No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso -triste consuelo- descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.
De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de como, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del "otro", siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban "el pie ajeno" -lindo y triste apelativo-, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño -la llamábamos el Barrio Alegre-, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: "Mario, para lo único que tú sirves es para escribir".

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. "Escribir es una manera de vivir", dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima,La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.
Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas -rayos, truenos, gruñidos de las fieras-, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.
Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.

domingo, 3 de octubre de 2010

MÉTODO DE PROYECTOS CON BASE EN COMPETENCIAS




Para poder transmitir los diferentes tipos de competencias sabre todo si nos referimos a una formación orientada a la práctica profesional, a la situación de trabajo real, es necesario disponer de los métodos de enseñanza-aprendizaje más apropiados.

Antiguamente las competencias profesionales se solían equiparar con frecuencia a una cualificación puramente técnica y estrechamente vinculada a un área o materia específica. Sin embargo, esta conceptualización de las competencias profesionales es en la actualidad claramente insuficiente. La competencia de acción profesional implica hoy, junto a un mayor grado de conocimientos, el desarrollo de una competencia metodológica, social e individual. Y es precisamente en este contexto, marcado por la transmisión de competencias interdisciplinarias, donde el método de proyectos ha ido ganando cada vez más en relevancia, no sólo en el ámbito de la formación en las empresas, sino también en las mismas escuelas o centros de formación profesional.

El aprendizaje mediante el método de proyectos fomenta una actuación creativa y orientada a los objetivos en el sentido de que se transmiten, además, de las competencias técnicas, sobre todo las competencias interdisciplinarias a partir de la experiencia de los propios alumnos. Un modelo de formación basado en el desarrollo de competencias supone potenciar la figura del alumno como agente de su formación, desarrollo y perfeccionamiento, estimular su capacidad de autonomía profesional en el marco del trabajo en equipo y las iniciativas personales que le capaciten para dar respuestas originales y precisas a las situaciones, forzosamente heterogéneas, de su aprendizaje profesional.

La clave de la eficacia y aceptación del método de proyectos radica en su adecuación a lo que podríamos denominar características necesarias para el desarrollo de competencias, así:

- Carácter interdisciplinario
- Aprendizaje orientado a proyectos
- Formas de aprendizaje autodirigidas
- Aprendizaje en equipos
- Aprendizaje asistido por medios

Como se puede comprobar, el método de proyectos, a diferencia de los métodos de aprendizaje tradicionales, como el método de los cuatro pasos, método expositivo, lección magistral, etc., reúne todos los requisitos necesarios, como instrumento didáctico, para el desarrollo de competencias.

El método de proyectos permite desarrollar el “modelo ideal” de una acción completa a través de las seis fases del proyecto, que son:

- Informar
- Planificar
- Decidir
- Realizar
- Controlar
- Valorar

¿Qué entendemos por acción completa? Poner en práctica a través de las diferentes fases del proyecto.

- La competencia técnica (ej: los conocimientos técnicos)
- La competencia metodológica (ej: planificación y diseño de la secuencia del proyecto)
- La competencia social (ej: cooperación con los otros miembros del proyecto)
- La competencia individual (ej: disposición para el trabajo en equipo).

Bibliografía: Recopilación de los temas del seminario: Formación de Formadores

miércoles, 8 de septiembre de 2010

PRUEBA DE CONOCIMIENTO - ÉTICA




1.- Según su etimología griega, ¿Qué significa la palabra filosofía?

2.- ¿Cuáles son los dos principales problemas que se plantea la ética?

3.- ¿Qué diferencia hay entre un acto moral y un hecho de la naturaleza?

4.- ¿Cuál es un concepto de persona?

5.- ¿Cuál es un concepto de individuo?

6.- ¿Cuál es un concepto de deber?

7.- ¿Cuál es un concepto de responsabilidad?

8.- ¿Cuál es una definición de la palabra libertad?

9.- ¿Cuáles son dos diferentes manifestaciones de la libertad?

10.- ¿Cuáles son los principios morales?

RESPUESTAS:
1.- Amigo del conocimiento
2.- Qué es el bien y qué es el mal.
3.- Un acto moral es libre (por ej. decir la verdad) y un hecho de la naturaleza es necesario (por ej: moriremos algún día).
4.- Ser humano
5.- Sujeto distinto a los demás...
6.- Hacer lo que se debe hacer, hacer lo que se espera que hagamos.
7.- Asumir las consecuencias de nuestros actos.
8.- Tener dos o más opciones, es decir, la opción de hacer o de no hacer esto o aquello.
9.- La libertad de expresión y la libertad de culto.
10.- Las normas morales que aceptamos cada uno de nosotros. Además, el por qué las aceptamos por ej: podemos aceptarlas porque queremos ser buenos ciudadanos, o ser libres, o responsables o por esto y otras cosas más...

domingo, 8 de agosto de 2010

EN BUSCA DE BOLÍVAR




Novedad de Editorial Norma para la Feria Internacional del Libro de Bogotá
Por: William Ospina* / Especial para El Espectador

La política intentó convertirlo en estatua, detenerlo en el mármol, pero su leyenda se fue extendiendo por la historia, por el arte y por la literatura; bibliotecas enteras se llenaron con sus hechos y con la reflexión sobre sus hechos; su obra y su vida merecieron todos los análisis, fueron sometidas como pocas al examen del tiempo, y se debate todavía sobre él como si estuviera vivo, como si estuviera a punto de tomar cada una de sus decisiones. Pocos seres humanos llegaron a ser de tal manera referente de todas las políticas y base de todas las doctrinas, por pocos llegan a disputarse de tal modo las facciones más enfrentadas.

Pero, ¿qué le dio ese prestigio, y ese aire de leyenda que roza lo sobrenatural, sino la sorpresa tardía de unas naciones descubriendo que aquel hombre casi siempre había tenido razón? En este punto el que estudia a Bolívar corre siempre el riesgo de idealizarlo: sus hechos fueron tantos y tan decisivos, sus determinaciones tan pródigas en consecuencias, y el escenario geográfico e histórico en que se cumplieron sus hazañas tan difícil, que no sólo es posible encontrar justificación para muchos de sus actos sino que el conjunto nos enfrenta al cuadro excesivo de una voluntad ineluctable y de una reserva de energía sorprendente.

Para sus contemporáneos, presenciar el espectáculo de su vida era enfrentarse a una cadena de acontecimientos y decisiones a menudo inexplicables: era fácil, como siempre, interpretar erróneamente sus intenciones. Pero la mayor parte de los seres humanos no tenemos la historia como testigo y juez de nuestras acciones, el juicio final se nos hace en privado y no tiene como testigo al mundo: Bolívar era un hombre arrebatado por el genio o el demonio de la historia, y sólo la historia podría dar el veredicto.

¡Qué vértigo de acontecimientos! El joven que se niega a besar la cruz en la sandalia del papa y que sonríe a la salida diciendo que si ese prelado lleva el signo de su fe en los zapatos es porque seguramente no lo aprecia mucho; el muchacho opulento que convoca a un banquete en París a una legión de personajes influyentes, políticos y militares, seguidores de Napoleón, para descargar sobre ellos un feroz discurso libertario contra el usurpador, y que pierde en un día la amistad de casi todos ellos; el hombre que avanza entre la multitud por aquel París de callejones jorobados de 1804 con el alma partida entre el odio por el emperador y la admiración delirante por el héroe popular; el hombre que arroja a un cura de su tribuna en una plaza en ruinas, ante la desesperación de la multitud, el día del terremoto de Caracas, porque no puede admitir que alguien esté atribuyendo a la revolución las catástrofes de la naturaleza, son menos desconcertantes que el que sería Bolívar después.

Hay que verlo haciendo cabriolas sobre un caballo ante un grupo de llaneros, y despertando con ello la indignación del experimentado Miranda, quien sentía que esas indisciplinas no permitirían formar nunca un ejército competente; hay que verlo apuntando en un amanecer con su pistola al rostro de ese precursor de la Independencia, que había sido además su gran amigo e inspirador, y hay qué verlo dejando a aquel padre en manos de los enemigos españoles, que le darían el oprobio y la muerte; hay que verlo aceptando un pasaporte salvador de las mismas manos que han encarcelado a Miranda; hay que verlo en Barrancas, junto al Magdalena, después de la catástrofe y del exilio, desobedeciendo las órdenes de su jefe el capitán Pierre Labatut y llevándose las tropas hacia Tenerife y Mompox, y después en Cúcuta darles la orden de avanzar hacia Venezuela, sin esperar la autorización de sus jefes neogranadinos; hay que verlo exigiéndole a Mariño, quien había rescatado media Venezuela, que se sometiera a sus órdenes y renunciara a gobernar su república oriental; hay que verlo amenazando a Santander con que lo condenaría a muerte, el día mismo en que se conocieron; hay que verlo en otra ocasión pensando en poner sitio a Cartagena, que estaba gobernada por patriotas; hay que ver centenares de acciones suyas, inexplicables para quienes las presenciaban, para pensar que aquel hombre tal vez estaba loco.

Pero el que estudia corre el riesgo de sentir que había método en su locura, que hasta en los momentos en que parecía más delirante, la decisión que tomaba era la más acertada, entre lo posible, y la más conveniente, no para sí mismo, sino para su país. Y si se medita que aquel país en el que pensaba no existía aún, que aquella gran nación por la que luchaba en realidad no existe aún, doscientos años después, uno justifica el vértigo. Uno a veces termina pensando que Neruda acierta cuando dice que en este mundo Bolívar está en la tierra, en el agua y en el aire, que Bolívar es uno de los nombres del continente.

Los enigmas que su vida plantea no acaban de ser resueltos por sus biógrafos. Éstos han logrado rastrear los hechos con dedicación, a veces con admiración, a menudo con todo detalle. Y todos no escriben el mismo libro: se complementan bien, se ayudan unos a otros. Masur es más minucioso y académico, John Lynch es más sintético y persuasivo; Masur nos dice que por atender asuntos personales Bolívar llegó tarde a una batalla, como Marco Antonio, pero es Indalecio Liévano quien nos cuenta cómo se llamaba ella. Nos cuentan todo con tanta minucia, y desde perspectivas tan distintas, que nos sentimos cerca de comprender la razón de las sinrazones de ese hombre asombroso.

Acabamos comprendiendo que en aquella mañana de los cuarteles, cuando Miranda se asomó y vio a un oficial saltando a lado y lado del caballo, haciendo cabriolas de jinete ante los rústicos llaneros, cuando se acercó a sancionarlo por su indisciplina antes de descubrir indignado que era el propio Bolívar quien estaba ofreciendo ese espectáculo, no era Miranda quien tenía la razón. El veterano oficial, héroe de tres revoluciones y jefe experimentado de grandes ejércitos, soñaba formar en América armadas de disciplina prusiana, regimientos que se arrojan al horno como figuras de cera a un solo golpe de voz, como los que a esa hora estaba fundiendo Napoleón en los braseros de Europa. Pero Bolívar sabía que con la arcilla de esta América no se podían amasar ese tipo de ejércitos, que su primer deber era ser aceptado por esos rudos peones que lo sabían todo del caballo y la lanza, y que nunca respetarían a un jefe que no fuera capaz de hacer todo lo que ellos hacían.
Miranda había gastado su vida creyendo que la libertad de su América la harían los acuerdos políticos: Bolívar sentía ya que esa libertad sólo la alcanzaría la lucha de los pueblos, y que sus protagonistas no serían ministros y diplomáticos sino esos mestizos y esos zambos del morichal y de la ciénaga que parecían apenas emerger de la tierra como criaturas adánicas, sin costumbres civiles, a los que les tocaría aprender en la lucha lo que merece un ser humano y sobre todo lo que merece un ciudadano. Miranda soñaba con la libertad de América, pero tenía el alma para siempre en Europa.

Y también acabamos descubriendo que, meses después, cuando, sin duda con las mejores intenciones, Miranda firmó el armisticio con los españoles, estaba de verdad abandonando una lucha que ya comprometía a millones de seres, y que, gracias a ese abandono, los dominadores no sólo perpetuarían su poder sino que lo harían de un modo cada vez más humillante.

Sí, Bolívar habría podido permitirle que se embarcara y se fuera al exilio, pero para eso tendría que ser jefe de algo, y en ese momento no era más que un comandante derrotado que castigaba en el último instante lo que él consideraba una traición. Él mismo no tenía segura la cabeza y no tenía futuro alguno: allí sólo obraba su indignación: el sentimiento de que su maestro e inspirador se había mostrado capaz, en un arrebato de dignidad o de exasperación, de arrojar por la borda la lucha de todo un pueblo. Miranda había sido nombrado jefe pero al parecer se creía dueño de la revolución; creyó que podía entregarla sin consultar siquiera con sus hombres. Hay que decir más bien que en ese momento, uno de los más terribles de su vida, hundido en la desesperación de haber perdido el fuerte de Puerto Cabello y desgarrado por la urgencia de recuperar el terreno perdido, Bolívar, quien tiene fama de hombre impulsivo y a veces colérico, pudo haber disparado a la cabeza del jefe que abandonaba la lucha, y más bien tuvo la contención de exigir que se le hiciera un juicio, esperando, eso sí, que fuera fusilado. Los españoles no le dieron tiempo de cumplir ese rito legal: en confusas circunstancias se apoderaron de Miranda, y, al reducirlo a prisión, demostraron cuán torpemente éste se había equivocado al confiar en ellos.

Dos semanas después, mientras Miranda comenzaba su cautiverio final, trágico y sombrío, Bolívar, por intercesión de su amigo el español Iturbe, estaba a punto de recibir de Monteverde un pasaporte que le permitiría salir del país y sobrevivir al naufragio de la Primera República, y fue en ese momento cuando el español dijo que el pasaporte se le concedía por los servicios prestados al rey de España, al entregarles al jefe de la revolución. Bolívar sintió un escalofrío. Aunque era lo que menos le convenía, alzó su voz para decir: “Yo no arresté a Miranda para prestar un servicio al rey, sino para castigarle por haber traicionado a su país”.
Todo estaba dicho. El funcionario, que ya le extendía el pasaporte, lo retuvo de nuevo, pensando seguramente que a aquel hombre más bien había que llevarlo a acompañar al otro en la cárcel. Entonces la estrella que tantas veces salvaría a Bolívar a lo largo de una vida de peligros incesantes, la misma estrella que lo retuvo en Jamaica en una casa deshabitada mientras cerca de allí un proveedor de sus tropas era asesinado en su hamaca; la misma estrella que lo recibió en Cartagena en 1812 cuando era nadie, como Ulises; la misma que lo alumbró en Mompox, y lo llevó en dos semanas a duplicar su tropa; la misma que le dio barcos y pertrechos en Haití cuando era un desterrado lleno sólo de delirios; la misma que le propuso locamente, ya con el llano libre, cruzar la cordillera impracticable y dar un golpe inesperado a los españoles en Boyacá; la misma que alumbró su diálogo a puerta cerrada con el jefe de los ejércitos del Sur en Guayaquil; la misma que arrojó a su paso una corona de flores o de hojas de laurel desde un balcón de Quito; la misma que con el rostro del amor le abrió la ventana al frío de septiembre para que escapara a los puñales de sus amigos, en ese momento iluminó a Iturbe para decirle al general Monteverde: “No le haga caso a este calavera, y dele el pasaporte para que se vaya de una vez”.

viernes, 16 de julio de 2010

PRUEBA DE CONOCIMIENTO




Preguntas sobre los conceptos fundamentales de la ética.

1.- ¿Qué diferencia hay entre la ética y la moral?

a.- La moral es una reflexión filosófica sobre la ética
b.- La ética y la moral son lo mismo
c.- La ética es una reflexión filosófica sobre la moral
d.- La ética se ocupa de normas y la moral de valores.

2.- ¿Qué es una ética formal?

a.- Aquella que se ocupa no tanto de qué debe hacer el ser humano (contenido) sino de cómo debe hacerlo
b.- Aquella que reflexiona sobre las Formas morales
c.- Aquella que defiende la existencia de Formas o Ideas morales, como la teoría platónica
d.- La que dice qué debemos hacer para ser feliz.

3.- ¿Qué es una ética material?

a.- La que tiene una visión materialista del mundo
b.- La que ofrece un modelo de vida buena, un modelo de felicidad
c.- Aquella ética que pretende una visión científica del mundo
d.- Es una ética materialista, en la que las cosas valen más que las personas.

4.- ¿Qué significa autonomía moral?

a.- Que un pueblo pueda decidir quién gobierna
b.- Que el sujeto sea capaz de darse las normas a sí mismo
c.- Que una nación se independice de otra
d.- Ninguna de las anteriores es válida.

5.- ¿Qué significa heteronomía moral?

a.- Que el individuo toma decisiones por sí mismo
b.- Que el sujeto moral decide según unas leyes
c.- Que todos los ciudadanos están sujetos a las mismas normas
d.- Que el sujeto moral encuentra en alguna autoridad externa la fuente de legitimidad de las normas.

6.- ¿Cuáles son, según Kohlberg, las etapas de desarrollo moral?

a.- Heteronomía-autonomía
b.- Infancia-Adolescencia-Madurez
c.- Preconvencional-Convencional-Postconvencional
d.- Ninguna de las anteriores

7.- ¿Cuál es el significado etimológicos de la palabra “moral”?

a.- Viene de mos-moris, y significa costumbres
b.- Viene de mos-moris, y significa bueno
c.- Viene de mos-moris, y significa justo
d.- Viene de mos-moris, pero no significa ninguna de las anteriores.

8.- ¿Qué es una ética teleológica?

a.- Una ética basada en las nuevas tecnologías
b.- Una ética basada en la lógica
c.- Una ética material, centrada en los fines del ser humano
d.- Es sinónimo de teológica, y es una ética inspirada en los mandatos de Dios.

9.- ¿Cuál de las siguentes relaciones entre “lo legal” y “lo moral” son correctas?

a.- Todo lo legal es moral
b.- A veces puede ser moral estar en contra de “lo legal”
c.- Todo lo moral es legal
d.- Lo legal y lo moral no guardan ninguna relación entre sí.

10.- Un lobo mata a una oveja del rebaño de un pastor. ¿Cómo calificarías este hecho?

a.- Inmoral
b.- Ilegal
c.- Amoral
d.- Ninguna de las anteriores.

Respuestas: 1-C 2-a 3-b 4-b 5-d 6-c 7-a 8-c 9-b 10-c

martes, 6 de julio de 2010

PRUEBA DE CONOCIMIENTO

Cuadro de Don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza, obra cumbre de Miguel de Cervantes Saavedra.


1.- Un texto es el resultado de un acto de comunicación, cuya extensión y carácter dependen de la intención del hablante. Ésta tiene dos direcciones:
Una de carácter COMUNICATIVA, que es la voluntad de transmitir una información y la otra es ELOCUTIVA, que es el deseo que tiene para lograr un determinado efecto.
V___F___

2.- El texto literario presenta un sistema de comunicación muy especial. El proceso Emisor - Receptor también es literario. El Emisor es quién envía y el Receptor es quién recibe una realidad no lingüística, convirtiéndola en una realidad lingüística, a través de un código, creando un mensaje, que llega al receptor a través de un canal.
V___F___

3.- El texto presenta una estructura orgánica, es decir, que esta constituido por partes relacionadas, de tal modo que no pueda eliminarse una sin destruir la totalidad. En este orden de ideas, el texto contempla dos partes: el ENUNCIADO y el PÁRRAFO. No se puede desconocer que otros textos, se podrán descomponer en otras unidades tales como: capítulos, escenas, cuadros, pero no es un hecho general.
V___F___

4.- El ENUNCIADO, es una secuencia finita de palabras determinada por silencios muy marcados.
V___F___

5.- El PÁRRAFO es una unidad de significado, porque desarrolla una idea completa y distinta de las de los demás párrafos. Además es también una unidad visual porque los párrafos se separan entre sí mediante los signos de puntuación. Así mismo el párrafo en la comunicación oral viene determinado por un amplio descenso de la entonación seguido de una pausa. El contenido de un párrafo se organiza de la siguiente manera:

Núcleo obligatorio, que es el que está compuesto por un centro o idea clave y por unos elementos opcionales, que sirven para fijar las circunstancias de la idea central.

Elementos marginales, que son los encargados de desarrollar la idea central.
Las funciones que puede desempeñar el párrafo, dentro del texto general pueden centrarse en tres:

1.- La introducción a la totalidad del texto o presentación de una nueva idea.
2.- Transición entre dos partes del texto, esto es: se recoge lo tratado y se anuncia aquello de lo que se va a tratar.
3.- Conclusión, que puede estar referida al texto completo o a una parte de él.
V___F___

6.- La deixis, es un mecanismo lingüístico que señala quién (deixis personal), donde (deixis espacial) y cuándo (deixis temporal). Los deícticos tienen un significado ocasional que dependerá de cada texto concreto (el deíctico “allí”, puede indicar cualquier lugar). Las herramientas más frecuentes para realizar las deixis son:

a.- Deixis personal: pronombres personales y posesivos.
b.- Deixis espacial: demostrativos y adverbios de lugar.
c.- Deixis temporal: adverbios de tiempo.
V___F___

7.- Adverbio es la parte invariable de la oración cuya función consiste en complementar la significación del verbo, de un adjetivo o de otro adverbio. A continuación señale los siguientes adverbios:
De lugar: ____.____,____
De tiempo: ____,____,____
De cantidad: ____,____,____
De modo: ____,____,____
De orden: ____,____,____
De afirmación: ____,____,____
De duda o dubitativos: ____,____,____
Comparativos: ____,____,____
Superlativos: ____,____,____

8.- La preposición es una palabra que relaciona los elementos de una oración. Las preposiciones pueden indicar origen, procedencia, destino, dirección, lugar, medio, punto de partida, motivo, etc. Las preposiciones son: a, ante, bajo, con, de, desde, durante, en, entre, excepto, hacia, hasta, mediante, para, por, salvo, según, sin, sobre y tras.
V___F___

9.- La proposición es una unidad lingüística de estructura oracional, esto es constituida por sujeto y predicado, que se une mediante coordinación o subordinación a otra u otras proposiciones para formar una oración compuesta. Una proposición es una expresión compuesta que significa lo que es verdadero o falso.
V___F___

10.- En el siguiente espacio describa la obra de Hamlet de Willian Shaskespeare, teniendo en cuenta la introducción, el nudo y el desenlace:

martes, 22 de junio de 2010

JOSÉ SARAMAGO Y LA COMUNICACIÓN

El escritor y poeta José Saramago recientemente fallecido y su esposa Pilar del Rio

¿Para qué sirve la comunicación?

Un gran filósofo español del siglo XIX, Francisco de Goya, más conocido como pintor, escribió un día: "El sueño de la razón engendra monstruos". En el momento en que explotan las tecnologías de la comunicación, podemos preguntarnos si no están engendrando ante nuestros ojos monstruos de un nuevo tipo. Por cierto, estas nuevas tecnologías son ellas mismas fruto de la reflexión, de la razón. Pero ¿se trata de una razón despierta? ¿En el verdadero sentido de la palabra "despierta", es decir atenta, vigilante, crítica, obstinadamente crítica? ¿O de una razón somnolienta, adormecida, que en el momento de inventar, de crear, de imaginar, se descarrila y crea, imagina efectivamente monstruos?

A fines del siglo XIX, cuando el ferrocarril se impuso como un beneficio en materia de comunicación, algunos espíritus apesadumbrados no dudaron en afirmar que esta máquina era terrorífica y que en los túneles la gente moriría asfixiada. Sostenían que a una velocidad superior a 50 kilómetros por hora la sangre saltaría por la nariz y las orejas y que los viajeros morirían en medio de horribles convulsiones. Son los apocalípticos, los pesimistas profesionales. Dudan siempre de los progresos de la razón, que según estos oscurantistas, no puede producir nada bueno. A pesar de que se equivocan en lo esencial, debemos admitir que los progresos suelen ser buenos y malos. Al mismo tiempo.

Internet es una tecnología que en sí no es ni buena ni mala. Sólo el uso que de ella se haga nos guiará para juzgarla. Y por esto es que la razón, hoy más que nunca, no puede dormirse. Si una persona recibiera en su casa, cada día, quinientos periódicos del mundo entero y si esto se supiera, probablemente diríamos que está loca. Y sería cierto. Porque, ¿quién, sino un loco, puede proponerse leer quinientos periódicos por día? Algunos olvidan esta evidencia cuando bullen de satisfacción al anunciarnos que de ahora en más gracias a la revolución digital, podemos recibir quinientos canales de televisión. El feliz abonado a los quinientos canales será inevitablemente presa de una impaciencia febril, que ninguna imagen podrá saciar. Se perderá sin límite de tiempo en el laberinto vertiginoso de un zapping permanente. Consumirá imágenes, pero no se informará.

Se dice a veces que una imagen vale más que mil palabras. Es falso. Las imágenes necesitan muy a menudo de un texto explicativo. Aunque más no sea para hacernos reflexionar sobre el sentido mismo de algunas imágenes, de las cuales la televisión se nutre hasta el paroxismo. Esto pudo constatarse hace unos años, por ejemplo, durante la última etapa del Tour de Francia, cuando en el sprint final de los Campos Elíseos asistimos en directo a la espectacular caída de Abdujaparov. Vimos esta escena como hubiéramos visto, en una calle, una persona embestida por un auto. Con la diferencia de que el auto hubiera embestido a la persona solo una vez. En la televisión, pudimos ver y volver a ver treinta veces la caída accidental de Abdujaparov. Gracias a las miles de nuevas posibilidades de la técnica: con zoom, sin zoom, en picada, en contrapicada, bajo un ángulo, bajo el ángulo opuesto, en travelling, de frente, de perfil... Y también, interminablemente, en cámara lenta.
Con cada repetición, aprendíamos más sobre las circunstancias de la caída. Pero, cada vez, nuestra sensibilidad se mitigaba un poco más. Poco a poco, volvíamos a ver esta caída con la distancia de un cinéfilo que diseca una secuencia de una película de acción. Las repeticiones habían terminado matando nuestra emoción.

Se nos dice que gracias a las nuevas tecnologías, en lo sucesivo alcanzamos las orillas de la comunicación total. La expresión es engañosa, permite creer que la totalidad de los seres humanos del planeta puede ahora comunicarse. Lamentablemente, no es cierto. Apenas el 3% de la población del globo tiene acceso a una computadora; y los que utilizan Internet son aún menos numerosos. La inmensa mayoría de nuestros hermanos humanos ignora incluso la existencia de estas nuevas tecnologías. Hasta ahora no disponen todavía de las conquistas elementales de la vieja revolución industrial: agua potable, electricidad, escuela, hospital, rutas, ferrocarril, heladera, auto, etc. Si no se hace nada, la actual revolución de la información los ignorará de la misma manera.

La información nos vuelve más eruditos o sabios solo si nos acerca a los hombres. Pero con la posibilidad de acceder de lejos a todos los documentos que necesitamos, el riesgo de deshumanización aumenta. Y de ignorancia.
De ahora en más, la llave de la cultura no reside en la experiencia y el saber, sino en la aptitud para buscar información a través de los múltiples canales y depósitos que ofrece Internet. Se puede ignorar al mundo, no saber en qué universo social, económico y político se vive, y disponer de toda la información posible. La comunicación deja así de ser una forma de comunión. ¿Cómo no lamentar el fin de la comunicación real, directa, de persona a persona?
Con obsesión, vemos concretarse el escenario de pesadilla anunciado por la ciencia ficción: cada uno encerrado en su departamento, aislado de todos y de todo, en la soledad más horrible, pero conectado a Internet y en comunicación con todo el planeta. El fin del mundo material, de la experiencia, del contacto concreto, carnal... La disolución de los cuerpos.

Poco a poco, nos sentimos atrapados por la realidad virtual. A pesar de lo que se pretende, es vieja como el mundo, como nuestros sueños. Y nuestros sueños nos han conducido a universos virtuales extraordinarios, fascinantes, a continentes nuevos, desconocidos, donde hemos vivido experiencias excepcionales, aventuras, amores, peligros. Y a veces también pesadillas. Contra los cuales nos previno Goya. Sin que esto signifique que haya que contener la imaginación, la creación y la invención. Porque esto se paga siempre muy caro.

Es más bien una cuestión de ética. ¿Cuál es la ética de los que como Bill Gates y Microsoft, quieren ganar la batalla de las nuevas tecnologías a toda costa, para sacar el máximo provecho personal? ¿Cuál es la ética de los raiders y de los golden boys que especulan en la Bolsa sirviéndose de los avances de las tecnologías de la comunicación para arruinar a los Estados o quebrar cientos de empresas en el mundo? ¿Cuál es la ética de los generales del Pentágono, que aprovechando los progresos de las imágenes programan con más eficacia sus misiles Tomahawk para sembrar la muerte?

Impresionados, intimidados por el discurso modernista y tecnicista, la mayoría de los ciudadanos capitulan. Aceptan adaptarse al nuevo mundo que se nos anuncia como inevitable. Ya no hacen nada para oponerse. Son pasivos, inertes, hasta cómplices. Dan la impresión de haber renunciado. Renunciado a sus derechos y a sus deberes. En particular, su deber de protestar, de sublevarse, de rebelarse. Como si la explotación hubiera desaparecido y la manipulación de los espíritus hubiera sido desterrada. Como si el mundo fuera gobernado por necios y como si de repente la comunicación hubiese devenido un asunto de ángeles.


José Saramago

Premio Nobel de literatura (1998).

domingo, 6 de junio de 2010

FUNCIONES DEL TEXTO 2a. Parte

Robert Louis Stevenson, escritor escocés, autor de la novela narración: La Isla del Tesoro.

4.- Funciones de un texto:

a.- Función emotiva, es la que corresponde al emisor. Cuando un texto literario predomina el “yo” predomina la función emotiva. Normalmente en la lírica la función emotiva es imperante.
b.- Función apelativa es cuando lo que predomina es la llamada al lector.
c.- Función referencial, es lo importante, lo que se dice, los referentes.
d.- Función metalingüística, son las palabras perfectas, lo que predomina es la pureza del código, lo que interesa son las formas del código.
e.- Función Fática, es la relacionada con el canal. Depende mucho del gusto del lector, lo que “llega” y lo que no.
f.- Función creativa o poética, lo que predomina es el mensaje total. Va mucho en relación de lo que el lector entienda como belleza, como sentimiento. Es la más literaria de todas las funciones, la que le da el valor connotativo, las distintas significaciones de un texto.

Los textos pueden ser muy diferentes unos de otros. Es por eso que se hace necesaria una clasificación de los mismos. Ese intento de clasificación no puede ceñirse a un solo criterio, dada la complejidad del objeto, por lo cual aplicaremos diferentes criterios para clasificar cada texto. Veamos algunos de ellos:

1.- Textos orales, cuya sintaxis es menos estructurada, empleando oraciones incompletas y poco uso de la subordinación y de la voz pasiva. Las relaciones entre los enunciados se suelen establecer por subordinación. Se repiten las estructuras sintácticas y es corriente el uso de palabras comodín y de muletillas.

2.- Textos escritos, su sintaxis es más elaborada, abundan los conectores entre oraciones, que estructuran mejor los contenidos. Varían con frecuencia de estructura sintáctica y se tiende a evitar las palabras comodín y no se deben emplear muletillas.

3.- Por su objetivo comunicativo, dependiendo de la finalidad que persiga cada texto, podemos encontrarnos con un tipo diferente, aunque siempre serán los textos híbridos.

4.- Textos informativos, los que aportan datos de algún hecho y fenómeno natural o social, (textos periodísticos, científicos o humanísticos).

5.- Textos prescriptivos, los que ordenan o determinan algo (jurídicos, administrativos, etc.).

6.- Textos persuasivos, los que inducen con razones a creer o a hacer algo (propagandísticos, publicitarios, ensayísticos).

7.- Textos estéticos los que crean un mundo de ficción (literarios: líricos, narrativos o dramáticos.)

8.- Textos expositivos son aquellos que cumplen una función referencial. Su principal objetivo es informar, incluyendo comentarios aclaratorios, incorporando explicaciones y utilizando claves explícitas (títulos, subtítulos, alusiones).

9.- Textos narrativos, son la representación de acontecimientos que se desarrollan en el tiempo y se presentan con un orden lógico y cronológico. En ocasiones, ese orden se altera deliberadamente con finalidad estética.

10.- Textos argumentativos, los que aportan pruebas para intentar convencer de un determinado punto de vista o para afirmar la validez de una opinión. En este texto se busca adhesión del lector a la tesis y para ello se utilizan la sustentación y la demostración.

5.- Enlaces oracionales, son aquellos elementos de diversa estructura gramatical que son de gran ayuda para organizar las ideas de un texto. Es imposible enumerarlos todos, al menos enumeremos los más usados.

a.- Para empezar un tema: El objetivo principal de…., Este texto trata de….., Nos proponemos exponer…., Nos dirigimos a usted para…., El tema que vamos a tratar….., Ante todo…
b.- Para cambiar de tema: Con respecto a…., En cuanto a…., Por lo que se refiere a….., Sobre…., Acerca de…., El siguiente punto trata de…., Otro punto es….., En relación con….,
c.- Para marcar un orden y distinguir: En primer lugar…, En segundo lugar…, Primeramente….., A continuación….., Ante todo…, Además…., Por una parte…., Por otra parte….., Al final…., En último término…., Ahora bien…., No obstante…, En cambio…., Sin embargo….
d.- Para continuar sobre el mismo punto: Además…, Después…, A continuación…., Luego…., Así mismo….., Así pues….., Es decir….,
e.- Para detallar: Por ejemplo…, En particular…, En el caso de…., Como, por ejemplo…., A saber….., Así….,
f.- Para resumir: En resumen…, Brevemente…., Resumiendo…., En pocas palabras…., En conjunto…, Recapitulando….,
g.- Para acabar: En conclusión…., Para finalizar…., Así pues…., Para concluir…., Finalmente…., En definitiva….,

FUNDAMENTOS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE TEXTOS 1a. Parte

Gustave Flaubert, escritor francés, autor entre otras obras de Madame Bovary

1.- Definición:

Un texto es el resultado de un acto de comunicación, cuya extensión y carácter dependen de la intención del hablante. Ésta tiene dos direcciones:
Una de carácter COMUNICATIVA, que es la voluntad de transmitir una información y la otra es ELOCUTIVA, que es el deseo que tiene para lograr un determinado efecto.
De igual manera el texto literario presenta un sistema de comunicación muy especial. El proceso Emisor - Receptor también es literario.

El Emisor es quién envía y el Receptor es quién recibe una realidad no lingüística, convirtiéndola en una realidad lingüística, a través de un código, creando un mensaje, que llega al receptor a través de un canal.

2.- Estructura del texto:

El texto presenta una estructura orgánica, es decir, que esta constituido por partes relacionadas, de tal modo que no pueda eliminarse una sin destruir la totalidad. En este orden de ideas, el texto contempla dos partes: el ENUNCIADO y el PÁRRAFO. No se puede desconocer que otros textos, se podrán descomponer en otras unidades tales como: capítulos, escenas, cuadros, pero no es un hecho general.
El ENUNCIADO, es una secuencia finita de palabras determinada por silencios muy marcados.

El PÁRRAFO es una unidad de significado, porque desarrolla una idea completa y distinta de las de los demás párrafos. Además es también una unidad visual porque los párrafos se separan entre sí mediante los signos de puntuación. Así mismo el párrafo en la comunicación oral viene determinado por un amplio descenso de la entonación seguido de una pausa. El contenido de un párrafo se organiza de la siguiente manera:

Núcleo obligatorio, que es el que está compuesto por un centro o idea clave y por unos elementos opcionales, que sirven para fijar las circunstancias de la idea central.

Elementos marginales, que son los encargados de desarrollar la idea central.
Las funciones que puede desempeñar el párrafo, dentro del texto general pueden centrarse en tres:

1.- La introducción a la totalidad del texto o presentación de una nueva idea.
2.- Transición entre dos partes del texto, esto es: se recoge lo tratado y se anuncia aquello de lo que se va a tratar.
3.- Conclusión, que puede estar referida al texto completo o a una parte de él.
El texto no es sólo una sumatoria de oraciones o párrafos, sino que además contiene un carácter comunicativo e interactivo, puesto que posee una estructura y cumple una función específica.

El texto tiene unas características:

1.- Es comunicativo en el sentido de que es un producto lingüístico, que tiene como función comunicar ideas, sentimientos y significados en general.

2.- Es interactivo, porque se produce en un marco o contexto social para conseguir un efecto.

3.- Posee una estructura, porque articula forma y contenidos de manera organizada y lógica, utilizando para ello las relaciones morfosintácticas y los criterios semánticos de la lengua.

4.- Cumple una función que parte de la intención comunicativa o propósito con el cual se produce.

5.- La coherencia, está relacionada con los elementos del texto y su propia organización interna. Esto tiene que ver con la estructura profunda del texto, en su aspecto global e integral, que determina su significación.

La coherencia entonces tiene que ver con el entramado o tejido textual, conformado por la articulación de elementos globales e integrales, de aspectos explícitos e implícitos y la manifestación de la secuencialidad, la estructura semántica y pragmática de texto, además de su organización interna. Para conseguir la coherencia textual existen una serie de mecanismos, entrte los cuales está:

1.- El tema, que es aquello de lo que se habla o escribe y a lo que se deben subordinar todos y cada uno de los enunciados del texto.

2.- Las presuposiciones, que son las informaciones que el emisor del texto supone que conoce el receptor. Es esencial para que un texto sea coherente para el receptor que el emisor haya acertado en sus presuposiciones.

3.- Las implicaciones, tratan de las informaciones adicionales, contenidas en un enunciado. Un enunciado del tipo “cierra la puerta”, contiene, al menos tres implicaciones: hay una puerta, la puerta está abierta y el receptor está en condiciones de cerrarla.

4.- El conocimiento del mundo está referido a la percepción que el emisor tenga de su propio mundo y de esto depende la coherencia del texto. Por ejemplo: “los pájaros visitan al psiquiatra”, contradice nuestro conocimiento de la realidad.

3.- Cohesión:

La cohesión es una realización lingüística determinada por la relación entre los elementos de un texto. Dicha relación se basa en el manejo de reglas que rigen la ordenación y dependencia sintáctica y semántica de los elementos textuales. Se trata pues, del manejo de propiedades sintácticas y léxico-semánticas, en la estructura superficial del texto. Como en el caso de la coherencia, existen una serie de mecanismos que dotan de esta cohesión a los textos, entre los cuales están:

1.- La referencia que es el mecanismo de alusión a algún elemento mencionado en el texto o a algún elemento de la situación comunicativa. Habrá dos tipos de referencia:

a.- Referencia situacional, es la que remite algunos elementos a otro elemento, de la situación comunicativa que no está citado en el enunciado: por ej: Quiero eso (señalando un objeto allí presente).

b.- Referencia textual, es la que algunos elementos aluden a algo ya enunciado con anterioridad (la anáfora) o que se enunciará con posterioridad, (la catáfora).

2.- La deixis, es un mecanismo lingüístico que señala quién (deixis personal), donde (deixis espacial) y cuándo (deixis temporal). Los deícticos tienen un significado ocasional que dependerá de cada texto concreto (el deíctico “allí”, puede indicar cualquier lugar). Las herramientas más frecuentes para realizar las deixis son:

a.- Deixis personal: pronombres personales y posesivos.
b.- Deixis espacial: demostrativos y adverbios de lugar.
c.- Deixis temporal: adverbios de tiempo.

3.- La sustitución, que es el reemplazo de un elemento por otro: Juan dibujó una casa. Por ej: Pedro dibujó lo mismo.
4.- La elipsis, que es la omisión de un elemento del enunciado, al poder sobreentenderse. Por ej: Juan dibujo un avión y Pedro, una lancha.
5.- La isotopía, que es la repetición de unidades lingüísticas relacionadas entre sí por su forma o su significado. Puede ser de tres tipos:

a.- Gramatical, que consiste en la repetición de elementos de la misma categoría gramatical (sustantivos, adjetivos, etc.).
b.- Semántica y léxica, que consiste en la acumulación de palabras que pertenecen a un mismo campo semántico, o bien en la repetición de la misma palabra o de sinónimos.
c.- La fónica, que se refiere a la repetición de sonidos.

5.- Conectores, son las palabras o expresiones que expresan ciertos significados que presuponen la presencia de otros elementos en el texto. Como conectores pueden funcionar las conjunciones, los adverbios o las locuciones adverbiales o conjuntivas. Estos conectores pueden expresar:

a.- Adición (y, también, además).
b.- Restricción (pero, sin embargo).
c.- Objeción (aunque).
d.- Temporalidad (entonces, luego).
e.- Causa (así, así pues, por eso).
f.- Consecuencia (por tanto, por consiguiente, luego).
g.- Alternativa (por otro lado, más bien).
h.- Orden (primeramente, finalmente).
i.- Especificación (por ej: esto es, es decir).

domingo, 9 de mayo de 2010

PRUEBA DE CONOCIMIENTO

Mario Vargas LLosa, escritor peruano, autor entre otras obras de La Fiesta del Chivo, Los Cachoros y muchas más

1.- ¡A JUGAR CON LAS TILDES! Usted dispone de tres tildes para cada uno de los siguientes párrafos. No puede utilizar más de tres ni menos de tres en cada uno y, ¡obvio!, deben quedar las frases correctísimas.

1.1.- La gente joven suele reunirse para jugar futbol en el estadio, y ¿sabe cual es el primero que llega?; ¡este!, ¡este es el mas puntual de todos! Para eso si es puntual.
1.2.- Dale eso a el y dame esto a mi, para que asi quedemos en paz.
1.3.- Dese gusto en el restaurante de los Piedrahita. ¿Sabe donde queda?
1.4.- Cuando termine esto podre hacerle caso a aquel, que me esta llamando hace media hora. A lo mejor quiere llevarme a su sembrado de gladiolos: es un maniaco de los flores y hay que llevarle la corriente. ¡Dese cuenta del problema!
1.5.- ¿Qué traigo de Chia para ti? ¿Te gusta mas el caramelo que el chocolate?

2.- Subraye los adverbios de las siguientes oraciones:

2.1.- No vino ayer
2.2.- Sí está aprobado
2.3.- Él quiere más
2.4.- Besa tiernamente
2.5.- No firmó

3.- Subraye los adjetivos de las siguientes oraciones:

3.1.- Mi cuenta de ahorros es azul
3.2.- Aquellas cuentas fueron canceladas por sobregiro permanente
3.3.- Muchas veces hemos repetido los extractos consolidados
3.4.- La más importante de las secretarias es aquella que se esmera por estar al día
3.5.- Una cuenta azul equivale a muchas cuentas rosadas.

4.- Marque con una X si es pronombre o adjetivo:

4.1.- Ésta oficina es para mi secretaria. P___A___
4.2.- Aquella es para el gerente. P___A___
4.3.- Aquellos libros tienen toda la información. P___A___
4.4.- Aquellas líneas telefónicas fallan mucho. P___A___
4.5.- Aquellas no le agradaron a don Antonio. P___A___

5.- Las características del texto son las siguientes:

5.1.- Comunicativo: en el sentido que es un producto lingüístico, que tiene como función comunicar ideas, sentimientos y significados en general. F___V___
5.2.- Interactivo: se produce en un marco o contexto social para conseguir un efecto. F___V___
5.3.- Posee una estructura: porque articula forma y contenidos de manera organizada y lógica, utilizando para ello las relaciones morfosintácticas y los criterios semánticos de la lengua. F___V___
5.4.- Cumple una función: que parte de la intención comunicativa o propósito con el cual se produce. F___V___

6.- Los niveles de un ensayo son:

6.1.- Introducción. F___V___
6.2.- Desarrollo. F___V___
6.3.- Conclusión. F___V___
6.4.- Extensión. F___V___

7.- Marque con una X Falso o Verdadero, las siguientes oraciones, si en su concepto están correctamente escritas:

7.1.- Será resuelto según la ley. F___V___
7.2.- Será resuelto teniendo en cuenta la ley. F___V___
7.3.- Será resuelto basándonos en la ley. F___V___
7.4.- Será resuelto con base en la ley. F___V___

8.- Las palabras agudas se tildan cuando terminan en vocal n o s
(maní, compás, corazón). F___V___

9.- Cuando hay hiato formado por vocal débil predominante y vocal fuerte, se tilda la débil (María, Búho, Piedrahíta, prohíbe, reúnen, reúna, púas, maíz, países, reír, oí, leí). F___V___

10._ Las palabras graves se tildan cuando terminan en consonante distinta de n o s
(césped, árbol, Bolívar, Rodríguez, Páez). F___V___

domingo, 2 de mayo de 2010

PRUEBA DE CONOCIMIENTO

Emely Bronte, autora de Cumbres Borrascosas

1.- Se llama diptongo a la reunión de dos vocales que se pronuncian en una sola emisión de voz. F___V___

2.- Se llama sílaba al conjunto de letras que se pronuncian en una sola emisión de voz. F___V___

3.- Hiato es la secuencia de dos vocales que no se pronuncian dentro de una misma sílaba, sino que forman parte de sílabas consecutivas. F___V___

4.- Se llama acento a la mayor elevación de voz, que recae en una sílaba al pronunciar una palabra. El acento puede ser prosódico, ortográfico, diacrítico y enfático. F___V___

5.- El acento prosódico es el que va en todas las palabras por el hecho natural de pronunciarlas. Según el acento prosódico, las palabras se dividen en: agudas, graves, esdrújulas y sobreesdrújulas. F___V___

6.- Acento diacrítico es aquel que se distingue de otras palabras de igual escritura, pero diferente significado y función. F___V___

7.- A continuación tilde las palabras que usted considera que deben llevar acento, recordando la definición de diacrítico:

El como pronombre personal y El como artículo
Más como adverbio de cantidad y Mas como conjunción
Si afirmativo y Si condicional
Se como flexión de ser y/o saber y Se reflexivo
Aun como adverbio y Aun como conjunción
Te de planta aromática y Te como pronombre
De como flexión de dar y De como preposición
¿Por que? – Porque
¿Cuando? – Cuando

8.- Una descripción es el dibujo hecho con palabras, de personas, animales, lugares u objetos, mediante la exposición. F___V___

9.- Se escribe con H las siguientes palabras: hoquedad, horfandad, hosamenta, hosario, hóseo, hoval, hovario, hoscense. F___V___

10.- Adverbio es la parte invariable de la oración cuya función es modificar el sentido del verbo, de un adjetivo o de otro adverbio. F___V___

martes, 6 de abril de 2010

CÓMO EMPECÉ A ESCRIBIR 1a. PARTE



El Espectador, 123 años haciendo historia
Cómo empecé a escribir
Por: Gabriel García Márquez / 3 de mayo de 1970, discurso en Caracas, Magazín Dominical.
Gabriel García Márquez expuso las razones que lo llevaron a convertirse en un escritor de oficio.

Discurso pronunciado por Gabriel García Márquez en una de sus visitas a Venezuela y más tarde divulgado en el periódico, en el que el futuro Premio Nobel expuso las razones que lo llevaron a convertirse en un escritor de oficio.

Primero que todo, perdóneme que hable sentado, pero la verdad es que si me levanto corro el riesgo de caerme de miedo. De veras. Yo siempre creí que los cinco minutos más terribles de mi vida me tocaría pasarlos en un avión y delante de 20 a 30 personas, no delante de 200 amigos como ahora. Afortunadamente, lo que me sucede en este momento me permite empezar a hablar de mi literatura, ya que estaba pensando que yo comencé a ser escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza. Confieso que hice todo lo posible por no asistir a esta asamblea: traté de enfermarme, busqué que me diera una pulmonía, fui a donde el peluquero con la esperanza de que me degollara y, por último, se me ocurrió la idea de venir sin saco y sin corbata para que no me permitieran entrar en una reunión tan formal como esta, pero olvidaba que estaba en Venezuela, en donde a todas partes se puede ir en camisa. Resultado: que aquí estoy y no sé por dónde empezar. Pero les puedo contar, por ejemplo, cómo comencé a escribir.

A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor pero, en mis tiempos de estudiante, Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador de Bogotá, publicó una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada, que no se veía por ninguna parte un nuevo cuentista ni un nuevo novelista. Y concluía afirmando que a él se le reprochaba porque en su periódico no publicaba sino firmas muy conocidas de escritores viejos, y nada de jóvenes en cambio, cuando la verdad —dijo— es que no hay jóvenes que escriban.

A mí me salió entonces un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación y resolví escribir un cuento, no más por taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda, que era mi gran amigo, o al menos que después llegó a ser mi gran amigo. Me senté y escribí el cuento, lo mandé a El Espectador. El segundo susto lo obtuve el domingo siguiente cuando abrí el periódico y a toda página estaba mi cuento con una nota donde Eduardo Zalamea Borda reconocía que se había equivocado, porque evidentemente con “ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana” o algo parecido.

Esta vez sí que me enfermé y me dije: ¡En qué lío me he metido!” ¿Y ahora qué hago para no hacer quedar mal a Eduardo Zalamea Borda?” Seguir escribiendo, era la respuesta. Siempre tenía frente a mí el problema de los temas: estaba obligado a buscarme el cuento para poderlo escribir.

Y esto me permite decirles una cosa que compruebo ahora, después de haber publicado cinco libros: el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de trabajo, es bastante coherente con esto que les estoy diciendo. Nunca sé cuánto voy a poder escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo y, cuando se me ocurre una idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que se vaya madurando. Cuando la tenga terminada (y a veces pasan muchos años, como en el caso de Cien años de soledad que pasé diez y nueve años pensándola), cuando la tengo terminada repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte más difícil y la que más me aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho.

La idea que le da vueltas

Les voy a contar, por ejemplo, la idea que me está dando vueltas en la cabeza hace ya varios años y sospecho que la tengo ya bastante redonda. Se las cuento ahora, porque seguramente cuando la escriba, no sé cuando, ustedes la van a encontrar completamente distinta y podrán observar en qué forma evolucionó. Imagínense un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija menor de 14. Está sirviéndoles el desayuno a sus hijos y se le advierte una expresión muy preocupada. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella responde: No sé, pero he amanecido con el pensamiento de que algo muy grave va a suceder en este pueblo”.