domingo, 11 de noviembre de 2012

¿CÓMO VIVIR MÁS Y MEJOR?

En la isla de Samos, Grecia, la gente tiende a vivir 79 años, el promedio de expectativa de vida de ese país. Pero a solo 12 kilómetros de distancia, en otra isla llamada Icaria, donde los habitantes tienen el mismo legado genético y consumen la misma comida, buena parte de los habitantes llegan más allá de los 90 años. De hecho lo hacen a una tasa 2,5 veces mayor que en otros países desarrollados, y casi siempre con mejor salud. Se calcula que viven ocho años más sin cáncer, problemas cardiovasculares, demencia y depresión. Y mientras la mitad de los estadounidenses a los 85 años tienen ya signos de Alzhéimer, los de Icaria pasan esa marca con su mente intacta.

A esta isla del mar Egeo llegó desahuciado en 1976 Stamatis Moraitis. Sus médicos le habían diagnosticado cáncer de pulmón, con un pronóstico de 9 meses de vida. Griego de nacimiento, se había radicado después de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos, y decidió irse a morir a su patria chica. Inesperadamente, en lugar de caer en su lecho de muerte Moraitis empezó a sentirse mejor con cada día que pasaba. Consiguió trabajo y ha vivido normalmente hasta hoy, cuando a sus 97 años y sin rastros de cáncer, se cuenta entre los nonagenarios que plantean un gran misterio para la ciencia.
Esta isla hace parte de las llamadas ‘‘zonas azules’’, un grupo exclusivo de comunidades en donde la longevidad es la norma. Este lugar atrajo a Dan Buettner, un educador estadounidense, quien desde hace más de una década investiga dichos enclaves. Icaria, su más reciente descubrimiento, motivó su nuevo libro, Blue Zones, en el que hace un resumen de su búsqueda.

Comenzó a explorar el tema en 2002 con un solo lugar en mente: Okinawa, Japón. Por décadas esta isla ha sido reconocida por tener el mayor número de personas longevas y saludables en el planeta. Allí la población llega a edad avanzada a una tasa tres veces más alta que en Estados Unidos.

Al poco tiempo, con su equipo integrado por demógrafos y médicos expertos en el tema identificó otra nueva zona en la isla italiana de Cerdeña, que hoy tiene la tasa más alta de centenarios del mundo. Gracias al patrocinio de la National Geographic Society, encontró otro en la península de Nicoya, Costa Rica, donde habita una comunidad de mestizos que tiene la tasa de mortalidad más baja del país. El siguiente lugar fue Loma Linda, California, donde Buettner halló una comunidad de adventistas cuya expectativa de vida es diez años más alta que la de los demás estadounidenses. A medida que él y sus demógrafos señalaban en el mapamundi estos lugares con un círculo en tinta azul, se iban refiriendo a cada uno como zona azul. De ahí su nombre.
Buettner ha viajado a estos lugares para estudiar minuciosamente los factores responsables de la longevidad. Es cierto que en todos hay una historia de matrimonio entre parientes “pero hemos podido demostrar que su longevidad no se relaciona con los genes”, dijo el investigador a SEMANA. Agregó que la evidencia científica muestra que los genes solo pesan un 25 por ciento en la expectativa de vida. “El resto se debe al estilo de vida y al medio ambiente”. Por lo tanto, el foco de la investigación fue conocer qué hacían o dejaban de hacer los habitantes en los sitios.

Comer, rezar y amar
En Icaria identificaron el primer factor: los habitantes viven relajados. La gente se despierta tarde, hace siesta, no es prisionera del tiempo ni está preocupada por el dinero. “Nadie tiene reloj y la gente comparte la plata para comprar víveres”, le dijo un habitante. Llevar una vida lenta ayuda a prevenir la inflamación, que es la reaccióbn del cuerpo al estrés, y cuando es crónica puede promover problemas como aterosclerosis, diabetes, Alzhéimer y enfermedad coronaria.

El equipo de Buettner también notó que los habitantes de Icaria toman todas las tardes un té de hierbas hecho con mejorana, menta, romero, artemisia o yerba de san juan y limón. Una farmacista griega, Ionna Chinou, le dijo a Buettner que este té y otros que ellos consumen son remedios naturales. La menta ataca la gingivitis y los problemas gástricos; el romero sirve para la gota y la artemisia mejora la circulación. “Con estas bebidas posiblemente los icarianos mantienen baja su presión arterial”, dice el autor.
Su dieta, además, está basada en verduras, frutas, granos, aceite de oliva, leche de cabra y miel. Usan esta última para curar casi cualquier mal y reservan la carne para ocasiones especiales. Cultivan sus alimentos en sus propios jardines con lo cual garantizan que no están expuestos a pesticidas. Y siempre toman vino con las comidas.
Buettner así mismo supo que los habitantes de la isla son activos físicamente, pero a diferencia de países desarrollados donde la gente recurre a gimnasios, en este lugar el ejercicio es natural y no impuesto. La razón es que para ir de un lado a otro necesariamente hay que caminar por las colinas de la isla. Los viejos entre 65 y 100 años además reportan una vida sexual satisfactoria.

La incidencia de cada hábito en la longevidad tiene su explicación científica. Como los habitantes consumen pocas grasas saturadas y carne tienen menos riesgo de sufrir enfermedad coronaria. Tienen menos infartos, pues no solo el aceite de oliva aumenta sus niveles del colesterol bueno, sino porque dormir la siesta tres veces a la semana reduce 37 por ciento ese riesgo. El vino les sirve como antioxidante y no consumir azúcar ni harinas blancas los protege de la diabetes.

Pero la dieta y el ejercicio solo son parte de la respuesta. Buettner ha encontrado otros factores que pueden incluso ser más determinantes, como la estructura social. En Icaria, por ejemplo, los habitantes tienen su alto sentido de pertenencia, la comunidad está pendiente de cada uno y se asegura que a nadie le falte comida. Como se lo dijo un lugareño a Buettner, “aquí prima más el nosotros que el yo”.
En Cerdeña la estructura social también juega un papel importante pues la gente respeta a los viejos, que además siempre están activos y cumplen una función necesaria hasta su muerte. “Algunos estudios científicos han señalado que en los países desarrollados el retiro laboral tiene un impacto negativo que se traduce en una menor expectativa de vida”. En otras ‘‘zonas azules’’ como Okinawa y Nicoya, no existen estas etapas artificiales y los adultos, no importa su edad, siempre tienen un motivo para vivir. “Es una razón por la cuales importante levantarse cada mañana ya sea a enseñar karate o a cultivar vegetales en el jardín”, dice Buettner. Según expertos del National Institute of Aging de Estados Unidos, esta actitud añade años a la existencia.
El común denominador
Lo más interesante del trabajo de Buettner es que si bien cada zona tiene su propia receta para la longevidad, se pudo detectar que muchos de los factores fundamentales son similares. Las dietas se parecen en que la mayoría están basadas en plantas frescas, granos y poca carne, lo que garantiza que sean bajas en calorías pero ricas en nutrientes. Esto a su vez ayuda a que las personas controlen su peso. La actividad física y mental también es común en todas las zonas. Ninguno es triatlonista pero sí hacen ejercicio de baja intensidad regularmente, casi siempre como parte de su trabajo.
En total Buettner encontró 9 factores en común en estas cinco comunidades a los que bautizó como los poderosos 9 (ver recuadro). Su idea es que la gente los aplique en su estilo de vida cualquier lugar del mundo. “Hemos hecho esto en seis comunidades de Estados Unidos y hay evidencia de que funciona”, dice Buettner. En Albert Lea, Minnesotta, pusieron en marcha a partir de 2009 un estudio con 18.000 residentes que se inscribieron en el Proyecto de vitalidad de ‘‘zonas azules’’ basado en los hallazgos de Buettner.
El plan consiste en cambiar los estilos de vida en cuatro áreas, la dieta, el ejercicio, las redes sociales y el plan de vida. Para esto instruyeron a los participantes para que comieran mejor, fueran más activos, estrecharan lazos con los demás y tuvieran un propósito de vida, tal y como lo hacen los habitantes de las ‘‘zonas azules’’.
Hasta el momento el experimento ha mostrado sus frutos: los participantes en conjunto han perdido 5.400 kilos y la expectativa de vida ha aumentado 3,1 años. Los expertos desarrollan un proyecto similar en Beach City, California con resultados positivos.
Nadie tiene la fórmula para vivir más. Pero Buettner está convencido de que quienes sigan estos lineamientos tendrán más posibilidades de llegar a la vejez con buena salud. Por el contrario, quienes viven al estilo estadounidense, dice el autor, tienen más posibilidades de acortar su existencia en más de una década. El objetivo de su proyecto es que, como le dijo una anciana de 101 años en Icaria, a la gente se le olvide morir.
Cómo imitarlos
 A pesar de ser lugares muy distantes geográficamente, los habitantes de mayor longevidad en las cinco zonas de la tierra comparten ciertos estilos de vida. Buettner considera que si alguien los aplica en cualquier otro lugar podría beneficiarse con diez años extra.
1. Muévase: la actividad física es esencial y para lograrlo no se requiere ser maratonista. Una caminata diaria reportará beneficios para la salud.
2. Regule el peso: la idea no es hacer dietas pero sí lograr un régimen suficientemente sano para mantenerse en su nivel ideal. Buettner recomienda dejar de comer cuando el estómago esté 80 por ciento lleno, usar platos más pequeños y comer despacio.
 3. Coma plantas: la mayoría de los longevos no tiene acceso a carne y solo la consume en ocasiones especiales. Su dieta se basa en vegetales y frutas, granos y productos hechos con harina. Las nueces deben ser parte de este régimen.
 4. Tome vino: la clave para obtener el beneficio es hacerlo con constancia y en moderación. Una copa de vino tinto con cada comida es una costumbre de la mayoría de los centenarios.

5. Motívese: es necesario tener una razón para levantarse a diario. Puede ser algo tan simple como ver a los nietos, hacer una tarea o desarrollar un pasatiempo.
6. Haga la pausa: tome siestas, saque tiempo para estar con sus amigos, medite y deje poco espacio en su vida para el estrés, pues en exceso es fuente de problemas.
7Pertenezca: los centenarios saludables profesan una fe, están involucrados con causas sociales y tienen un sentido de pertenencia en sus comunidades.
8. Dele prioridad a la familia: es la red social más importante en estos lugares. La recomendación es acercarse a los seres queridos, invertir tiempo en ellos y establecer tradiciones y rituales para verlos.

9. Busque iguales: rodearse de personas que comparten estos mismos objetivos ayuda a cumplirlos.
Tomado de la Revista Semana.com.co

lunes, 5 de noviembre de 2012

LA PEOR DERROTA MILITAR SUFRIDA POR NAPOLEÓN


Pulgas, nieve y balas
Por: Elespectador.com
La historia de cómo Napoleón Bonaparte sufrió en Rusia la peor derrota militar.

Nada en el continente europeo podía suceder sin que él lo autorizara o, por lo menos, se enterara. Nubes de cortesanos aduladores evolucionaban a su alrededor en una babel de lenguas que representaban el moderno mapa del mundo, dibujado y coloreado según su criterio. Hacía gala de una muy discutible apostura de estómago hinchado y calva incipiente, pero las mujeres suspiraban subyugadas por el mito de una hombría que él procuraba confirmar cada vez que se lo permitía la embriaguez del poder. Un poder afianzado por las bayonetas de soldados tan impecablemente uniformados como los de una juguetería, solo que estos eran reales, con notorias hojas de servicios, cicatrices de sable en los rostros, aretes en las orejas y mutilaciones que daban cuenta del precio pagado en aras de la gloria imperial.
Sufría de halitosis y ardor estomacal, males que se le exacerbaban con cada acceso de mal humor, y ahora tenía una rabieta que lo hacía dar pataditas de rabia sobre el suelo. Allí, sobre el inmenso mapa desplegado en la mesa, una pequeña porción señalada con una banderita identificaba el origen de su disgusto: Inglaterra, sobreviviente gracias a la pericia de su flota naval y a pesar del bloqueo al que estaba siendo sometida por decreto suyo.
Sin discusión posible, nadie podía comerciar con “la pérfida Albión”. Todos los monarcas y regentes de las naciones que eran sus aliados acataban lo ordenado en el mandato, salvo Alejandro, zar de Rusia y antiguo aliado, que guardaba un ambiguo silencio y no confirmaba que fuera a sumarse al bloqueo. Era una desobediencia intolerable para el emperador, no solo porque ponía en tela de juicio su autoridad, sino porque en términos prácticos, una vez él decidiera atacar e invadir la isla, su retaguardia quedaría expuesta a las tentaciones independentistas de Rusia y todos los reinos que eventualmente se sumaran al desacato.
Aparte del tamaño de su ego, equiparable al de su rival, el zar tenía una poderosa razón de estado para desobedecer: a raíz del decreto napoleónico, su economía, de hecho bastante golpeada tras varios años de guerra contra la Francia imperial, estaba postrada hasta el punto del colapso definitivo. El intercambio comercial con Inglaterra era tan vital para Rusia, que para el zar resultaba suicida prescindir del mismo.
Durante el primer semestre de 1812 el estado mayor de Napoleón preparó la que sería la expedición de castigo más avasallante que presenciara Europa desde los tiempos de Roma. Las águilas francesas impartirían a los rusos una lección igual de contundente a la que las legiones romanas habían dado a las tribus del límite oriental del imperio. En una carta que pretendía persuadir al zar para que se sumara al bloqueo aliado, Bonaparte argumentaba diciéndole que sus preparativos militares “...harán que su majestad refuerce los suyos propios. Y cuando las noticias de esas acciones lleguen a mí, me veré obligado a desplegar más tropas. ¡Y todo eso por nada!”.
Sin embargo, en lugar de doblegarse ante la diplomática amenaza, Alejandro y su estratega estrella, el mariscal Kutuzov, concentraron gran cantidad de tropas en la frontera. Indignado, Napoleón llamó al embajador ruso en París para mandar un último mensaje: “¿Qué significa ese despliegue de tropas? ¿Qué espera Rusia de mí? ¿Acaso ignora que es muy fácil empezar una guerra pero es muy difícil terminarla?”.
Durante los meses de infructuosos diálogos diplomáticos, el mando francés reclutó hombres procedentes de veinte naciones, muchas de las cuales se sumaron al gran ejército marchando bajo sus propias banderas, pero en su condición de aliados. El emperador tenía la esperanza de que el simple número —600.000 soldados y 50.000 caballos— sería suficientemente disuasivo y obligaría a reconsiderar a Alejandro, pero al ver que tal cosa no ocurría decidió avanzar y, desoyendo los consejos de algunos de sus oficiales más cercanos, cruzó el río Neimen, en la actual Lituania, entre finales de julio y principio de septiembre de 1812. Viendo pasar frente a sí la marea de hombres armados, se atrevió a profetizar que la guerra duraría a lo sumo veinte días. Ninguna fuerza sobre el planeta estaba en capacidad de oponérsele a semejante máquina bélica. “Conozco a Alejandro porque alguna vez tuve influencia sobre él”, dijo Napoleón. “Cambiará de parecer y, si no lo hace, dejemos que se cumpla el destino y Rusia colapse bajo mi odio por Inglaterra”.
El emperador partía del supuesto de que los rusos plantarían cara, pero tal cosa no ocurrió. En lugar de salirle al paso, el ejército de Kutuzov, con una inferioridad de dos a uno, se replegó cada vez más hacia el interior del vasto territorio, mientras los jinetes cosacos hostigaban los flancos y la retaguardia aliada. Las tácticas de avance rápido y concentración de fuerzas, que tantos réditos le había reportado a Bonaparte en el pasado, no funcionaba en Rusia porque no existía una red de caminos como la del resto de Europa. Mientras sus hombres avanzaban a marchas forzadas, los carros de suministros lo hacían a una velocidad mucho más lenta, razón por la cual la línea de abastecimiento se fue alargando y adelgazando cada vez más.
Adicionalmente, a medida que se retiraban los rusos arreaban consigo los rebaños de ganado y quemaban los campos y las cosechas, de modo que un ejército acostumbrado a vivir de lo que encontraba a su paso dependía ahora solo de lo que le llegara desde la retaguardia. El hambre y la sed empezaron a hacer estragos en la Grande Armée, con lo que la disciplina se fue al traste y la desmoralización cundió. Las deserciones —5.000 cada día— y los motines en busca de comida eran habituales, y a ese factor se sumó una epidemia de tifoidea originada en plagas de pulgas y piojos. Debilitados por la falta de comida y en el límite de su resistencia, los soldados acampaban en lugares donde previamente otros habían dormido y contaminado las fuentes de agua con sus heces. La diarrea y la disentería se sumaron a los anteriores males con tal fuerza que cerca de 100.000 soldados murieron o quedaron inhabilitados para combatir antes de que el mariscal Kutuzov se decidiera a esperarlos a pie firme cerca de una aldea llamada Borodino.
Siguiendo una tradición rusa según la cual se debe morir con ropa interior limpia, los soldados del zar se encomendaron a Dios mientras se vestían con calzoncillos y camisetas blancas recién lavados. El estruendoso y sangriento choque cobró cerca de 100.000 bajas entre ambos bandos y los aliados quedaron dueños del campo, mientras los rusos continuaban su retirada en buen orden, pero para Napoleón constituyó una victoria pírrica porque al entrar en Moscú sus bajas ascendían a 200.000 hombres entre muertos, heridos y enfermos.
El emperador tomó posesión de la desierta ciudad, bajo el supuesto de que Alejandro se haría presente para firmar el armisticio, pero esa noche Moscú, conformada en su mayoría por construcciones de madera, empezó a arder en incendios iniciados por las guerrillas rusas. El propio Napoleón describiría después el hecho: “Eran montañas de rojas y constantes llamas, como inmensas olas de un mar. Fue el más grande, el más sublime, el más aterrador espectáculo que el mundo nunca presenció”.
En medio de las ascuas, sin posibilidad de conseguir dónde guarecer a su gente, esperó una, dos, tres semanas y casi un mes, sin el resultado esperado. Nadie se presentó a reconocer su victoria. El frío apretaba y no tuvo más remedio que ordenar la retirada hacia el occidente para salir de aquella trampa en medio de las primeras nieves del invierno, que también cobraron un altísimo precio en términos de vidas.
En algún momento de la retirada el sol volvió a brillar y el hielo se derritió, pero los que antes eran caminos de nieve se convirtieron en lodazales aún más difíciles de sortear, y cuando parecía que ya no podía ocurrirles nada peor, el frío volvió a apretar y la nieve regresó congelándoles los cuerpos y, peor aún, la voluntad de supervivencia. Recientes exámenes de ADN a unos esqueletos hallados cerca de Vilna, Lituania, confirman que en esa fase de la retirada los microbios transmitidos por las pulgas tomaron casi tantas vidas como el frío y los ataques de los cosacos.
Aún se discute la cifra, pero buena parte de los historiadores calcula que solo sobrevivieron unos 30.000 soldados al que aún se considera el más grande desastre militar vivido por el mundo.

EN 1812 UN EJÉRCITO DE DIMENSIONES
Nunca antes vistas, bajo el mando de Napoleón Bonaparte, invadió Rusia para obligarla a  entrar por el aro del imperio. La enormidad del desastre, ocurrido entre septiembre y diciembre, iniciaría el ocaso del poder militar francés, hasta entonces indiscutible.
Tomado del Periódico El Espectador.