lunes, 29 de septiembre de 2014

El káiser alemán Guillermo II fue el principal causante de la Primera Guerra Mundial

El autócrata de la Primera Guerra Mundial

Con motivo de los 100 años de la Primera Guerra Mundial aparecen nuevas biografías del káiser Guillermo II, que esbozan varios elementos en común con Hitler.

El káiser Guillermo II fue un personaje patético y acomplejado y corrían rumores de que era homosexual. Tenía un brazo más corto y casi inútil, lo que trataba de ocultar con una actitud arrogante.

Ahora que se cumplen 100 años de la Primera Guerra Mundial, aparecen múltiples teorías sobre el origen de este conflicto. Lo que prácticamente todas tienen en común es que aunque no hubo un único responsable, el káiser alemán Guillermo II fue el principal causante de esa hecatombe. En teoría la guerra estalló cuando un terrorista serbio asesinó en Sarajevo al heredero del trono austrohúngaro, Francisco Fernando. El magnicidio le permitió a este declararle la guerra a Serbia para ponerle un tatequieto a las pretensiones independentistas de los balcanes.

Pero como Serbia era protegida de Rusia, el emperador austrohúngaro Francisco José, de 86 años, no se hubiera atrevido a exponerse a una guerra contra el zar Nicolás II si no contaba con el apoyo incondicional de Alemania. El imperio creado años atrás por Otto von Bismarck se había convertido en una potencia económica pero quería más territorios y más colonias. La única forma de conseguir eso era un triunfo en el campo de batalla. Por eso Alemania se entusiasmó con el apoyo a Austria como excusa para entrar en el conflicto que consideraba necesario para su expansión imperial.

Por lo tanto la figura central de la Primera Guerra fue el káiser Guillermo II, quien al apoyar a Austria-Hungría contra Serbia hizo que Rusia, la tradicional defensora de los pueblos eslavos, le declarara la guerra a la primera. Esto a su turno hizo que Alemania le declarara la guerra a Rusia por solidaridad con Austria-Hungría, y como Rusia y Francia tenían una alianza de ayuda mutua, el káiser también le declaró la guerra a Francia. Pero atacar a Francia requería pasar por Bélgica, y los ingleses, que se habían comprometido a defender la neutralidad de ese pequeño país, tuvieron que entrar a la guerra cuando las tropas alemanas lo invadieron. Como consecuencia, una guerra que pocos esperaban y muchos creían  que iba a durar unas pocas semanas, duró cuatro años y produjo 10 millones de muertos, cifra sin antecedentes hasta esa fecha.


¿Quién era Guillermo II, cuya aventura bélica significó el fin no solo del imperio alemán, sino del austro-húngaro, el ruso y el otomano? Primero habría que decir que era primo de las personas a las cuales combatió. Como su mamá era hija de la reina Victoria de Inglaterra, era primo hermano del rey de ese país. En las cartas que se cruzaban, el uno firmaba Georgie (Jorge V) y el otro firmaba Willy (Guillermo II). Y como dato curioso, Jorge V de Inglaterra era también primo hermano del zar de Rusia, pues los dos eran hijos de dos hermanas y princesas de Dinamarca. Por lo tanto en la correspondencia el zar Nicolás II era conocido como Nicky. De ahí que el mayor desastre que hubiera conocido la humanidad hasta 1918 fuera una guerra entre tres primos, Willy, Nicky y Georgie.

Hijo de Federico III de Prusia y Vicky, hija de la reina Victoria de Inglaterra, Guillermo (Willy) era el llamado a unificar a dos potencias europeas, pero tuvo problemas desde el parto. Como resultado, su brazo izquierdo era pequeño y casi inservible. Nunca superó el complejo, nunca olvidó que el médico era británico, y trató de eclipsar el hecho con actuaciones extravagantes por el resto de su vida.


En 1863, a los cuatro años de edad, el futuro monarca alemán apareció por primera vez en público en Inglaterra. Fue en el matrimonio de su tío Bertie, el hijo mayor de la Reina Victoria –luego rey Eduardo VII-, con la princesa Alejandra de Dinamarca, la ‘Lady D’ de su época por la popularidad que tenía entre el público británico. Durante la ceremonia, Willy mordió a uno de sus tíos en la pierna y también arrojó un bastón al centro del corredor por donde pasaban los novios.

En Wilhelm II: Into the Abyss of War and Exile 1900-1941, una trilogía escrita por el académico John Röhl, los detalles de la vida del monarca que saltan a la luz permiten analizar de qué manera los complejos y la dualidad de amor y odio con Inglaterra lo llevaron a impulsar un conflicto catastrófico.

En 1888,  a sus 29 años, asumió el trono tras la muerte de su padre Federico III, a quien veía como un perdedor liberal. Llegó decidido a dar poder y prestigio a la Alemania unificada y aclaró que el Reich sería un estado militar. Añoraba la aprobación y afecto de su pueblo, pero creía que el poder real nacía de un monarca apoyado por una Armada fuerte.

Era bajo de estatura, de ojos azules agitados, pelo café rizado y un tupido bigote cuyos extremos apuntaban al cielo. A pesar de su presencia física siempre fueron más notables sus actitudes. Si se reía, tiraba su cabeza hacia atrás, abría su boca al máximo y golpeaba el piso con un pie. Actuaba con amplificación y agitaba su dedo índice en la cara de quien pretendía convencer. Un aficionado inglés a los yates que navegó con él lo describió como alguien “apuesto, de cuello más bien corto y con un desbalance debido a su brazo corto. Hablaba inglés muy bien, sin acento alemán, y se enorgullecía de utilizar frases coloquiales y expresiones de jerga en inglés, que en su afán de copiar, a menudo decía mal. Su admiración por los ‘gentlemen’ ingleses era extrema”.

En 1891 dio la bienvenida a un grupo de soldados nuevos en Potsdam con palabras cuestionables: “Me han jurado su fidelidad. Se han entregado de alma y cuerpo, y solo tienen un enemigo, mi enemigo. Con la presente agitación socialista, puede darse que les ordene que le disparen a sus propias familias, a  sus hermanos o a sus padres –ojalá Dios lo evite-, y tendrán que obedecer a mis órdenes sin murmurar”.

El mismo año aseguró que sobre él pesaba una terrible responsabilidad frente al Creador, de la cual no había ministro, parlamento o nación que lo liberara. Guillermo II expresó así su desdén por el Reichstag. Él era el líder y no aceptaba a nadie más. Recién un año antes, en 1890, había prescindido de una figura como Bismarck, el unificador de Alemania, quien había creado una Constitución que daba tímidos poderes al reichstag y máximo poder al canciller (primer ministro). Ese poder que Bismarck había diseñado para sí mismo, ahora estaba en manos del impredecible káiser.

Y fue un reinado desenfrenado. Röhl asegura en su biografía que Guillermo era inteligente y dominaba  asuntos militares, artísticos e históricos, pero era un histérico egoísta que vacilaba y parecía carecer de juicio alguno. Hacía cosquillas a sus generales, golpeaba con su bastón el trasero de varios de sus invitados, adoraba echarse pedos, y disfrutaba el humor anal y de los travestis. Más grave aún, era un antisemita consumado. Luego de abdicar, plantó una semilla al afirmar que Alemania debía librarse de los judíos por medio de envenenamiento a gas.

Durante el punto más alto de su dominio, en 1908, su más cercano consejero se vio envuelto en un escándalo de promiscuidad homosexual. El hecho lo desestabilizó, pues bajo presión mediática se vio obligado a reemplazarlo. Quedó claro que Guillermo II era un hombre de contrastes que  admiraba a su abuela inglesa pero odiaba a su madre inglesa, y mientras era un monarca de corte conservador su mejor amigo era homosexual.

Thomas Weber, historiador de la Universidad de Aberdeen y académico del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard, dijo a SEMANA que “la naturaleza explosiva y errática de Guillermo fue un problema. Decía una cosa un día y al siguiente cambiaba de parecer. Nadie sabía cómo leerlo, nadie sabía qué quería. Esta fue una receta para el desastre durante una crisis volátil, y aumentó la posibilidad de que otros estados tomaran decisiones irresponsables. En ese sentido, el káiser incrementó masivamente las probabilidades de que estallara una guerra”.

Ya derrotado, fue conducido por sus generales al exilio en Holanda, donde alcanzó a ver en los triunfos iniciales de Hitler todos sus sueños frustrados: la conquista de Europa, la expulsión de los judíos del territorio alemán, la expansión territorial y el respeto y el temor del planeta entero en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Tuvo la suerte de no ver el colapso de su adorada Alemania y del Tercer Reich, pues murió en 1942, antes de que el mito de Hitler y la supremacía de la raza aria terminaran despedazado por la historia.

Tomado de Revista semana.com

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