El
autócrata de la Primera Guerra Mundial
Con motivo de los 100 años
de la Primera Guerra Mundial aparecen nuevas biografías del káiser Guillermo
II, que esbozan varios elementos en común con Hitler.
El káiser Guillermo
II fue un personaje patético y acomplejado y corrían rumores de que era
homosexual. Tenía un brazo más corto y casi inútil, lo que trataba de ocultar
con una actitud arrogante.
Ahora que se cumplen 100
años de la Primera Guerra Mundial, aparecen múltiples teorías sobre el origen
de este conflicto. Lo que prácticamente todas tienen en común es que aunque no
hubo un único responsable, el káiser alemán Guillermo II fue el principal
causante de esa hecatombe. En teoría la guerra estalló cuando un terrorista
serbio asesinó en Sarajevo al heredero del trono austrohúngaro, Francisco
Fernando. El magnicidio le permitió a este declararle la guerra a Serbia para
ponerle un tatequieto a las pretensiones independentistas de los balcanes.
Pero como Serbia era
protegida de Rusia, el emperador austrohúngaro Francisco José, de 86 años, no
se hubiera atrevido a exponerse a una guerra contra el zar Nicolás II si no
contaba con el apoyo incondicional de Alemania. El imperio creado años atrás
por Otto von Bismarck se había convertido en una potencia económica pero quería
más territorios y más colonias. La única forma de conseguir eso era un triunfo
en el campo de batalla. Por eso Alemania se entusiasmó con el apoyo a Austria
como excusa para entrar en el conflicto que consideraba necesario para su
expansión imperial.
Por lo tanto la figura
central de la Primera Guerra fue el káiser Guillermo II, quien al apoyar a
Austria-Hungría contra Serbia hizo que Rusia, la tradicional defensora de los
pueblos eslavos, le declarara la guerra a la primera. Esto a su turno hizo que
Alemania le declarara la guerra a Rusia por solidaridad con Austria-Hungría, y
como Rusia y Francia tenían una alianza de ayuda mutua, el káiser también le
declaró la guerra a Francia. Pero atacar a Francia requería pasar por Bélgica,
y los ingleses, que se habían comprometido a defender la neutralidad de ese
pequeño país, tuvieron que entrar a la guerra cuando las tropas alemanas lo
invadieron. Como consecuencia, una guerra que pocos esperaban y muchos
creían que iba a durar unas pocas
semanas, duró cuatro años y produjo 10 millones de muertos, cifra sin antecedentes
hasta esa fecha.
¿Quién era Guillermo II,
cuya aventura bélica significó el fin no solo del imperio alemán, sino del
austro-húngaro, el ruso y el otomano? Primero habría que decir que era primo de
las personas a las cuales combatió. Como su mamá era hija de la reina Victoria
de Inglaterra, era primo hermano del rey de ese país. En las cartas que se
cruzaban, el uno firmaba Georgie (Jorge V) y el otro firmaba Willy (Guillermo
II). Y como dato curioso, Jorge V de Inglaterra era también primo hermano del
zar de Rusia, pues los dos eran hijos de dos hermanas y princesas de Dinamarca.
Por lo tanto en la correspondencia el zar Nicolás II era conocido como Nicky.
De ahí que el mayor desastre que hubiera conocido la humanidad hasta 1918 fuera
una guerra entre tres primos, Willy, Nicky y Georgie.
Hijo de Federico III de
Prusia y Vicky, hija de la reina Victoria de Inglaterra, Guillermo (Willy) era
el llamado a unificar a dos potencias europeas, pero tuvo problemas desde el
parto. Como resultado, su brazo izquierdo era pequeño y casi inservible. Nunca
superó el complejo, nunca olvidó que el médico era británico, y trató de
eclipsar el hecho con actuaciones extravagantes por el resto de su vida.
En 1863, a los cuatro años
de edad, el futuro monarca alemán apareció por primera vez en público en
Inglaterra. Fue en el matrimonio de su tío Bertie, el hijo mayor de la Reina
Victoria –luego rey Eduardo VII-, con la princesa Alejandra de Dinamarca, la
‘Lady D’ de su época por la popularidad que tenía entre el público británico.
Durante la ceremonia, Willy mordió a uno de sus tíos en la pierna y también
arrojó un bastón al centro del corredor por donde pasaban los novios.
En Wilhelm II: Into the
Abyss of War and Exile 1900-1941, una trilogía escrita por el académico John
Röhl, los detalles de la vida del monarca que saltan a la luz permiten analizar
de qué manera los complejos y la dualidad de amor y odio con Inglaterra lo
llevaron a impulsar un conflicto catastrófico.
En 1888, a sus 29 años, asumió el trono tras la muerte
de su padre Federico III, a quien veía como un perdedor liberal. Llegó decidido
a dar poder y prestigio a la Alemania unificada y aclaró que el Reich sería un
estado militar. Añoraba la aprobación y afecto de su pueblo, pero creía que el
poder real nacía de un monarca apoyado por una Armada fuerte.
Era bajo de estatura, de
ojos azules agitados, pelo café rizado y un tupido bigote cuyos extremos
apuntaban al cielo. A pesar de su presencia física siempre fueron más notables
sus actitudes. Si se reía, tiraba su cabeza hacia atrás, abría su boca al
máximo y golpeaba el piso con un pie. Actuaba con amplificación y agitaba su
dedo índice en la cara de quien pretendía convencer. Un aficionado inglés a los
yates que navegó con él lo describió como alguien “apuesto, de cuello más bien
corto y con un desbalance debido a su brazo corto. Hablaba inglés muy bien, sin
acento alemán, y se enorgullecía de utilizar frases coloquiales y expresiones
de jerga en inglés, que en su afán de copiar, a menudo decía mal. Su admiración
por los ‘gentlemen’ ingleses era extrema”.
En 1891 dio la bienvenida a
un grupo de soldados nuevos en Potsdam con palabras cuestionables: “Me han
jurado su fidelidad. Se han entregado de alma y cuerpo, y solo tienen un
enemigo, mi enemigo. Con la presente agitación socialista, puede darse que les
ordene que le disparen a sus propias familias, a sus hermanos o a sus padres –ojalá Dios lo
evite-, y tendrán que obedecer a mis órdenes sin murmurar”.
El mismo año aseguró que
sobre él pesaba una terrible responsabilidad frente al Creador, de la cual no
había ministro, parlamento o nación que lo liberara. Guillermo II expresó así
su desdén por el Reichstag. Él era el líder y no aceptaba a nadie más. Recién
un año antes, en 1890, había prescindido de una figura como Bismarck, el
unificador de Alemania, quien había creado una Constitución que daba tímidos
poderes al reichstag y máximo poder al canciller (primer ministro). Ese poder
que Bismarck había diseñado para sí mismo, ahora estaba en manos del impredecible
káiser.
Y fue un reinado
desenfrenado. Röhl asegura en su biografía que Guillermo era inteligente y
dominaba asuntos militares, artísticos e
históricos, pero era un histérico egoísta que vacilaba y parecía carecer de
juicio alguno. Hacía cosquillas a sus generales, golpeaba con su bastón el
trasero de varios de sus invitados, adoraba echarse pedos, y disfrutaba el
humor anal y de los travestis. Más grave aún, era un antisemita consumado.
Luego de abdicar, plantó una semilla al afirmar que Alemania debía librarse de
los judíos por medio de envenenamiento a gas.
Durante el punto más alto de
su dominio, en 1908, su más cercano consejero se vio envuelto en un escándalo
de promiscuidad homosexual. El hecho lo desestabilizó, pues bajo presión
mediática se vio obligado a reemplazarlo. Quedó claro que Guillermo II era un
hombre de contrastes que admiraba a su
abuela inglesa pero odiaba a su madre inglesa, y mientras era un monarca de
corte conservador su mejor amigo era homosexual.
Thomas Weber, historiador de
la Universidad de Aberdeen y académico del Centro de Estudios Europeos de la
Universidad de Harvard, dijo a SEMANA que “la naturaleza explosiva y errática
de Guillermo fue un problema. Decía una cosa un día y al siguiente cambiaba de
parecer. Nadie sabía cómo leerlo, nadie sabía qué quería. Esta fue una receta
para el desastre durante una crisis volátil, y aumentó la posibilidad de que
otros estados tomaran decisiones irresponsables. En ese sentido, el káiser
incrementó masivamente las probabilidades de que estallara una guerra”.
Ya derrotado, fue conducido
por sus generales al exilio en Holanda, donde alcanzó a ver en los triunfos
iniciales de Hitler todos sus sueños frustrados: la conquista de Europa, la
expulsión de los judíos del territorio alemán, la expansión territorial y el
respeto y el temor del planeta entero en los primeros años de la Segunda Guerra
Mundial. Tuvo la suerte de no ver el colapso de su adorada Alemania y del
Tercer Reich, pues murió en 1942, antes de que el mito de Hitler y la supremacía
de la raza aria terminaran despedazado por la historia.
Tomado de Revista semana.com
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