Foto: Getty Images / Image
Forum
30
años sin el genio de Truman Capote
Esta entrevista es el fragmento de varias conversaciones que tuvo Capote con el periodista Lawrence Grobel. Tomada de la Revista Bocas.
En esta conversación habló
sobre su oficio, la fama y personajes que detestó, como a Jagger y Dylan.
Por:LAWRENCE GROBEL -
Cortesía Editorial Anagrama | 7:03 p.m.
| 20 de agosto de 2014 Esta entrevista
es tomada del libro 'Conversaciones con Capote', de Lawrence Grobel.
Foto: Getty Images / Image
Forum Publicado por Revista Bocas - Bogotá Colombia
Esta entrevista es tomada
del libro 'Conversaciones con Capote', de Lawrence Grobel.
El 25 de agosto de 1984,
hace exactamente tres décadas, murió Truman Capote, uno de los escritores
norteamericanos más importantes y controvertidos del siglo XX. Fue polémico
hasta el límite y extremadamente inteligente a la hora de la provocación. Sin
embargo, más allá de la persona pública, en él habitaba un escritor dedicado,
juicioso y capaz de producir los relatos más estremecedores de su época. En
esta entrevista, tomada de Conversaciones con Capote de Lawrence Grobel –entre
1982 y 1984–, el excéntrico autor habla de la fama, el oficio de escribir, de
sus miedos más profundos y, por supuesto, de personajes a los que detestó como
Jean-Paul Sartre, Jasper Johns, Mick Jagger y Bob Dylan, entre otros…
En la noche del 28 de
noviembre de 1966, en el hotel Plaza de Nueva York, se congregaron
celebridades, políticos, escritores y toda la gente más bella y poderosa de la
alta sociedad norteamericana. Era la noche del baile Blanco y Negro. La lista
de invitados llegaba a unos 500 nombres, entre estos Andy Warhol, Jackeline
Kennedy Onassis, Greta Garbo, Oscar de la Renta, Marlene Dietrich, Norman
Mailer, Frank Sinatra, embajadores, senadores de los Estados Unidos y príncipes
y princesas de europeos. Todos debían usar una máscara que les ocultara el
rostro completamente. ¿El motivo? Tras el éxito de su libro A sangre fría,
Truman Capote había decidido celebrar su popularidad, celebrarse, como solo él
podía hacerlo. La fiesta sin duda fue un éxito: Capote fue el centro de atención,
el tema de la noche y el testigo de los ires y venires de los personajes con
los que otros norteamericanos solo llegaron a soñar.
De origen sureño y con una
voz “tan chillona que solo podría oírla un murciélago”, como dijo alguna vez su
amigo el dramaturgo Tennessee Williams, Capote fue introduciéndose con cuidado
en las altas esferas de la cultura norteamericana gracias a su pluma aguda,
precisa y capaz de producir imágenes encantadoras a partir de realidades
desgarradoras. Su primer gran éxito, la novela Otras voces, otros ámbitos, llegó
cuando apenas tenía 24 años.
En 1958 publicó Desayuno en
Tiffany’s y en 1965 se consagró con A sangre fría, un relato de no ficción en
el que trabajó seis años, que cuenta el asesinato de una familia de Kansas a manos
de dos ladrones comunes, a los que Capote acompañó hasta el momento en que
fueron ejecutados y que, según él, marca el inicio del periodismo narrativo. En
1980 apareció Música para camaleones, una antología de relatos cortos y algunas
piezas de no ficción, incluida la semblanza que hizo de Marylin Monroe y el
famoso diálogo con su gemelo imaginario en el que se confiesa alcohólico, drogadicto,
homosexual y genio.
En su destino estaba
escribir la gran novela norteamericana. Y casi lo hizo. Para mediados de la
década de 1970, la revista Esquire publicó capítulos de su “novela de no
ficción” Plegarias atendidas y la enemistad de los personajes que antes lo
recibieron en sus intimidades no se hizo esperar. Celebridades, millonarios,
príncipes y princesas, ninguno quedaba bien parado ante este Capote. Sin
embargo, el libro no llegó a publicarse sino hasta después de la muerte de
Capote como “la novela sin terminar”.
La entrevista que BOCAS
publica a continuación se compone de fragmentos de varias conversaciones que
tuvo Capote con el periodista Lawrence Grobel –que también ha conversado
largamente con Al Pacino y Marlon Brando, entre otros– desde julio de 1982
hasta un poco antes de la muerte del escritor en agosto de 1984.
Usted siempre ha pensado en
sí mismo como un ternero de dos cabezas. Es decir que a sus propios ojos se
sentía diferente, un bicho raro. ¿Es esa realmente la opinión que tiene de sí
mismo?
Dije eso acerca de mí mismo,
pero en realidad me refería a todos los artistas. Creo que todos los artistas
son terneros de dos cabezas. El ser artista le separa a uno de las cosas en
general. La mente trabaja a una escala más activa, más veloz, más sensible y
resuelta que la de la mayoría de la gente. La mayor parte de la gente tiene,
digamos, diez percepciones por minutos, mientras que un artista alcanza sesenta
o setenta en el mismo tiempo.
En el último relato de
Música para camaleones, “Vueltas nocturnas”, escribió usted sobre esa
dificultad. El relato se hizo famoso por unas líneas finales en que decía:
“Pero no soy un santo. Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un
genio”. ¿Qué relación hay entre su vida actual y lo que escribió entonces?
Pues no soy alcohólico. Tuve
una época alcohólica, una vez. No soy drogadicto en absoluto. En una ocasión
pasé una breve etapa de tomar pastillas. Solo puse eso allí como una especie de
broma, pero cuando se saca del contexto, cosa que han hecho un montón de
críticos, suena bastante raro.
¿Bromeaba sobre lo de ser
genio?
Lo dije con una especie de
doble sentido. La mitad lo dije en serio y la otra mitad en broma.
¿Qué es un genio para usted?
El ser capaz de hacer algo
de manera tan excepcional que nadie más pueda hacerlo.
Ha dicho usted que se ha
sentido muy alejado del autor que escribió su primera novela, Otras voces,
otros ámbitos. Es el libro que verdaderamente le convirtió en un personaje
famoso, ¿no es así?
Sí. La novela recibió
críticas muy buenas. Fue un éxito de público. Pero, curiosamente, la fotografía
que venía en contraportada despertó mucha controversia. Durante doce números
seguidos, la revista Time no dejó de publicar algún comentario malicioso sobre
mí. Se escribió y se dijo toda clase de cosas verdaderamente horribles.
¿Solo por la fotografía?
Sí.
¿Cómo le afectó la fama? Era
muy joven entonces.
¡Hmmm…! Eso no lo sé con
claridad. No puedo afirmar que me hiciese completamente feliz, porque desde
luego no era así. Me causó muchos problemas y cambió mi vida por entero. La
mayoría de la gente que se hace famosa de la noche a la mañana se encontrará
con que pierde prácticamente el ochenta por ciento de sus amigos. Por alguna
razón, los amigos de siempre no lo soportan. Lo he comprobado una y otra vez, y
los que han pasado por el mismo trance concuerdan conmigo. Tenía muchos amigos
y los perdí de un día para otro.
¿Cuándo se hizo indiferente
hacia la fama? ¿Cuándo pudo ignorarla?
Pues en seguida. Tardé unos
dos años.
Dos personas cuyas opiniones
respetaba usted pensaban que era muy sensible a la crítica: Camus y Willa
Cather.
Sí, lo dijeron, pero no es
cierto. Se hicieron esa idea porque solía lamentarme de cosas que se escribían
sobre mí. Hasta su muerte, Camus fue mi editor en Francia, en Gallimard. Willa
Cather era gran amiga mía. Yo les decía lo que me molestaba, y por eso pensaban
que yo era demasiado sensible a la crítica, pero en realidad no lo era. Yo solo
me refería a la falsedad de ciertas cosas.
¿Considera, entonces, que es
bastante indiferente a la crítica?
¡Más me vale! [Risas].
Consiguió algo de una
buscadora de autógrafos en un bar de Key West. ¿Es una historia divertida?
¿Podría contarla?
Fue en un bar de Key West
que estaba muy, muy lleno. Yo estaba allí sentado con Tennessee [Williams]. Una
mujer se acercó a nuestra mesa; llevaba una blusa corta, se la remangó sobre el
vientre y me tendió un lápiz de ojos. Me dijo: “Quiero que me ponga un
autógrafo en el ombligo”. “¿Cómo?”, contesté yo. “Escríbalo como los números de
la esfera de un reloj”. “Ah, no; olvídelo”, le dije. Pero terció Tennessee:
“Venga, vamos, adelante”. Así que escribí mi nombre T-R-U-M-A-N-C-A-P-O-T-E.
Justo alrededor de su ombligo, como un reloj. Eso pro- dujo cierto silencio en
el bar. La mujer volvió a su mesa y su marido estaba furioso. Estaba muy
borracho, se levantó de la mesa y se acercó con el lápiz de ojos en la mano. Me
miró con un odio infinito, me tendió el lápiz de ojos, se bajó la cremallera de
la bragueta y sacó el aparato. Para entonces había un silencio absoluto en todo
el bar. Todo el mundo estaba mirando. Entonces dijo: “Como escribe autógrafos
en cualquier sitio, ¿qué le parecería ponerme uno aquí?”. Hubo una pausa…, y le
dije: “Pues no sé si podré escribir un autógrafo, pero tal vez sí pueda ponerle
las iniciales”.
AÑOS DE FORMACIÓN
¿Es cierto que desde la
infancia nunca ha sabido recitar el alfabeto?
No, no lo sé recitar. Creo
que es porque en primer grado tuve una maestra que me tomó manía porque sabía
leer muy bien. A los cuatro años ya sabía leer. Me enseñó mi prima Sookie,
aunque ella apenas sabía. Al final la enseñé yo. Recuerdo que leía La isla del
tesoro a los cinco años. Ella se cansaba y yo le daba un codazo. “Sook,
despierta, ahora se pone interesante”. Leer me parecía la cosa más natural del
mundo.
También sabe leer al revés,
¿verdad?
¡Hmmm…! El caso es que empezábamos
a recitar el alfabeto y aquella maestra decía: “Extiende la palma de las
manos”. Me daba un palmetazo con la regla y eso me creó una psicosis. No pude
aprenderlo, y no sé decirlo.
Si ahora le pide que lo
intente, ¿fallará por la P o por la Q?
No sé dónde me equivocaré,
pero voy a empezar: A, B, C, D, E, E… (Vacila, empieza de nuevo). A, B, C, D,
E, F, G, H, I, J… Q… L, M, N…, no sé.
Le creo. ¿Qué me dice de la
aritmética: sabe restar?
Aprendí a restar una vez,
después de trabajar mucho con un profesor particular, pero luego se me olvidó y
ahora no sé. Sé sumar, pero no restar.
¿En su infancia era
considerado un niño raro, incluso estúpido?
En realidad era muy popular
entre los demás niños. Tenía muchos amigos. Creo que los profesores me tenían por
raro. Lo que les desconcertaba era que supiese leer tan increíblemente bien,
mil veces mejor que cualquier de la clase. ¿Recuerda el WPA de la década de
1930? Enviaron equipos de psiquiatras por todo el país para hacer tests de
inteligencia, y todo un grupo de ellos se ocupó de las distintas zonas del sur.
Llegaron a Alabama, al colegio en que yo estaba entonces, e hicieron el test de
inteligencia. Volvieron al día siguiente y me pidieron que volviera a hacerlo,
así que lo repetí y saqué una puntuación extraordinariamente alta. Por deseo
suyo fui a Nueva York, acompañado por una tía mía, para hacer un test especial
en la Horace Mann School. Tenía ocho años. Esa fue la primera vez que fui a
Nueva York. Y después no volví a un colegio público normal. Fui a escuelas
especiales.
Como comenzó a escribir por
esa época sus años de formación fueron los del Sur, ¿no?
Bueno, al fin y al cabo todo
lo verdaderamente importante me ocurrió allá. En cierto modo yo estaba solo, a
pesar de un número increíble de parientes. Empecé a escribir a los ocho años.
Quiero decir completamente en serio. Tan en serio, que jamás me atreví a
mencionárselo a nadie. Me pasaba horas escribiendo todos los días, y nunca se
lo enseñaba al profesor.
¿Qué escribía a los ocho
años?
Cuentos. Y también un
diario…
AMISTADES Y EL MIEDO
Fue por un perro por lo que
casi estuvo a punto de matarse en un accidente de coche en 1966, ¿verdad?
¡Hmmm…! Fue en una solitaria
carretera comarcal. Yo conducía un descapotable y llevaba un cachorro de cuatro
meses sentado a mi lado. Saltó hacia la parte de atrás y casi se cayó del
coche. Alargué mi mano con la intención de sujetarlo, pero perdí el dominio del
coche. Solo había un árbol en toda la carretera, pero el coche chocó contra él
de frente. Y yo salí despedido por el parabrisas. Tuvieron que hacerme una
buena operación de cirugía estética en la cara. Tenía cicatrices, cortes
tremendos y de todo. Pero tuve mucha suerte porque en el primer coche que pasó
iban una enfermera y su marido. Yo no dejaba de perder y recobrar el
conocimiento, pero ella logró detener parcialmente la hemorragia y fueron a una
casa para llamar a una ambulancia que me condujo al hospital.
¿Recuerda lo que pensó
mientras estaba allí tendido en estado de semiinconsciencia?
No paré de repetir los
números de teléfono de todo el mundo que pude recordar.
¿Para mantenerse consciente?
Sí.
Debió tener un montón de
números en la cabeza. ¿En cuántos amigos confía plenamente, Truman?
En unos siete u ocho.
¿Y ahora conoce gente y entabla
nuevas amistades? ¿O lleva una vida demasiado atareada para hacer amigos?
Realmente tengo mucho que
hacer, y ya tengo amigos suficientes. Si se tiene un amigo verdadero, la
amistad es una ocupación que llena todo el tiempo. No se pueden tener muchos amigos
porque entonces no hay verdadera amistad. Los amigos que tengo son personas que
si fuesen al hospital, yo iría a verlos todos los días. No se puede tener mucho
trajín de esa clase, sobre todo con la gente que yo conozco, que siempre están
a punto de caer en una especie de…, bueno, en realidad, la mayoría de mis
amigos es gente con mucha fortaleza, con mucha seguridad.
¿De qué tiene miedo?
Pues no me gusta estar solo
durante un periodo de tiempo demasiado largo. Como todos aquellos meses que
pasé solo en Suiza en aquel lugar escondido trabajando en A sangre fría, y el
de todos los meses y años que estuve yendo y viniendo de Kansas, viviendo solo
en moteles desconocidos y todo eso. Lo encontraba aterrador. Había algo
inquietante en ello.
LA VIDA DEL ESCRITOR
¿Cree que los escritores se
hacen escritores porque no pueden hacer otra cosa? ¿O es esa una concepción
demasiado romántica?
Si yo pudiera haber sido
otra cosa que escritor, me habría gustado ser abogado. Habría sido un abogado
maravilloso. Tal vez hubiera sido muy feliz.
¿Le parece que ha llevado
una vida feliz como escritor?
En parte.
¿Qué papel ha tenido la
suerte en su carrera?
Ninguno. Nunca he tenido
suerte.
ESCRIBIR
En el prefacio de Música
para camaleones escribió usted que “cuando Dios le entrega a uno un don,
también le da un látigo: y el látigo es únicamente para autoflagelarse”. ¿Qué
quería decir con eso?
Con eso quería decir que
Dios le concede a uno un don, cualquiera que sea, el de componer música o el de
hacer literatura, pero por mucho placer que ellos puedan producir, es algo muy
doloroso para tenerlo toda la vida. Es una vida muy penosa la que consiste en
enfrentarse todos los días con una hoja en blanco, rebuscar entre las nubes y
traer algo aquí abajo. Es decir, yo siempre me pongo muy, muy nervioso al
comienzo de la jornada de trabajo. Me lleva mucho tiempo empezar. Una vez que
empiezo, voy tranquilizándome un poco, pero haría cualquier cosa por aplazarlo
para más tarde. Debo tener unos quinientos lápices afilados, pero vuelvo a
sacarles punta hasta dejarlos en nada. En cualquier caso, me las arreglo para
escribir unas cuatro horas al día.
¿Dónde le gusta escribir
normalmente?
En realidad escribo mucho en
la cama.
¿Se considera muy
productivo?
No sé lo que quiere decir
eso.
Si escribir le cuesta tanto
esfuerzo…
El hecho de escribir, no. Me
cuesta esfuerzo antes, a la hora de iniciar el cuaderno. [Risas]. Aborrezco
empezar el cuaderno. Una vez lo empiezo, todo va bien.
Cuando termina la jornada de
trabajo, ¿lo deja en medio de un párrafo o en la primera frase del párrafo
siguiente para volver a ello al día siguiente?
Sí, siempre lo hago, es una
buena costumbre.
Pero, ¿no es una experiencia
irritante?
¡Hmmm…!
¿Cuándo trabaja vuelve a
leer antes de empezar a escribir un párrafo nuevo?
Lo que hago es trabajar
cuatro horas al día y luego, normalmente por la mañana temprano, leo lo escrito
y hago muchos cambios y correcciones. Mire, escribo a mano y hago dos versiones
de todo. Primero escribo en papel amarillo, luego en papel blanco y, al final,
cuando lo tengo más o menos resuelto de la manera que quiero, lo paso a
máquina. Cuando lo escribo a máquina es cuando hago la corrección final.
Después nunca cambio una palabra.
¿Hace anotaciones diarias?
No, diariamente no, quizá un
par de veces a la semana. En esas dos ocasiones pongo al día acontecimientos
del pasado.
¿Lo escribe para la
posteridad, o son notas para utilizarlas en el futuro? ¿Emplea diálogo, o solo
con notas de fragmentos?
Utilizo diálogo y descripción.
En mi diario tengo una lista especial de personas verdaderamente despreciables.
Ahora supera la cifra de cuatro mil.
Dígame algunos de los que
ocupan los lugares más destacados de esta lista.
¡Dios santo! Repítamelo
cuando me haya roto la cabeza pensándolo.
Usted cobra entre quince mil
y veinte mil dólares por los artículos que publica en las revistas. ¿Se
resiente su obra literaria del tiempo que dedica al periodismo?
No, no necesariamente.
Siempre he escrito un montón de relatos para revistas. Y al final lo que se
hace es reunirlos en un libro. Escribir esos relatos no es distinto de hacer un
libro; fíjese en mi último libro, Música para camaleones, que fue un éxito
entre el público y del que he vendido dos partes para el cine. En realidad se compone
de relatos que había publicado en revistas.
¿Cree usted que ha influido
algo en la literatura norteamericana?
Sé que he dejado una enorme
huella en la literatura norteamericana por el influjo que he ejercido en
escritores dedicados al periodismo. Quiero decir, querido mío, que eso lo he
inventado yo. Otros van por ahí recibiendo premios por ello. [Risas].
¿Y abrirá nuevos horizontes
en la literatura del mañana?
Ya lo he hecho. Los
extractos que he publicado de Plegarias atendidas han abierto todo un campo
nuevo que ya se está explotando de una manera increíble. Me refiero a todas
esas novelas que utilizan gente famosa y esas cosas.
¿Es el periodismo la última
gran frontera literaria inexplorada?
Creo que sí. Pero me parece
que ambas cosas van a confluir como dos grandes ríos.
¿La literatura imaginativa y
la basada en hechos reales?
Sí. Están llegando a su
confluencia, separados por una isla que cada vez se hace más angosta. Los dos
ríos juntarán de pronto sus cauces para siempre. Eso cada vez es más evidente
en la literatura.
CONTEMPORÁNEOS
¿Qué escritores piensa usted
que serán recordados en el siglo próximo?
Bueno, eso es muy poco
tiempo. Pienso que muy pocos. Se recordará a muchos escritores por sus relatos
breves, no por sus novelas. Hemingway, por ejemplo. Dentro de cien años se
recordará a Hemingway –aparte de lo que yo piense de él–, pero será por sus relatos,
no por sus novelas. Aborrecí El viejo y el mar. Creo que Faulkner estará entre
los autores norteamericanos a los que se recordará por algunos relatos breves.
Tal vez “Luz de agosto”. Creo que Willa Cather, aunque hoy día no se la lea
mucho, conocerá un renovado interés por su obra. Es una extraordinaria
escritora norteamericana.
¿Y escritores extranjeros?
Escritores extranjeros… Hay
un par de autores sudamericanos que admiro mucho. Me gusta García Márquez,
autor de Cien años de soledad. Tiene mucho talento. No creo que se recuerde a
Camus, por mucho que me guste personalmente. Ni a Sartre ni, Dios nos asista, a
Simone de Beauvoir.
¿Le gusta Borges?
Es un escritor de segunda
categoría. Es muy buen escritor, me gusta, pero es de menor importancia.
¿Le alegró que García
Márquez recibiera el Premio Nobel?
Para mí, el Premio Nobel es
una burla. Año tras año se lo conceden a un autor prácticamente inexistente. Es
decir, los autores norteamericanos que lo han recibido son increíbles. Sinclair
Lewis, Pearl Buck. Está bien que se lo dieran a Hemingway. Está bien que se lo
dieran a Faulkner. Pero ¿a Saul Bellow? Y no solo los norteamericanos. Todos
los elegidos son, por lo general, muy pobres. Fue ridículo dar el Premio Nobel
a Camus. ¿Por qué se lo dieron? ¿El extranjero? ¿Un par de libros de ensayo? Yo
le tenía mucho afecto a Camus, no podía gustarme más, pero si alguna vez hubo
un autor de segunda fila, ese era Camus.
En relación con los autores
de que hemos hablado, ¿se ve usted en competencia con alguno?
Yo no pienso en mí mismo en
relación con otros escritores y no me siento en competencia con otros
escritores. Porque no escribo sobre las mismas cosas que ningún otro autor que
conozca. Ni me interesan los mismos temas. Ni como personaje famoso tengo conflicto
alguno con nadie. No siento ni la menor envidia de ningún otro escritor.
IMPRESIONES
Proust dijo una vez que la
impresión es al escritor lo que la experimentación es para el científico. ¿Está
de humor para experimentar con algunas impresiones?
Adelante.
Empecemos con Andy Warhol.
Andy es una persona muy
tímida con un talento extraordinario para hacer que otra gente le haga cosas.
¿Lo considera un artista
importante?
Bueno, ha tenido gran
influencia sobre una enorme cantidad de gente…
Usted no aprecia mucho a dos
de los artistas más importantes de este país, Jasper Johns y Robert
Rauschenberg, ¿verdad?
¿Los llama artistas? Yo no
pagaría veinticinco centavos por un cuadro de Rauschenberg o de Jasper Johns.
Sobre todo de Jasper Johns. Yo tengo un Rauschenberg, pero me lo regalaron. Lo
tengo en un armario. ¡Hola Bob, qué tal!
¿Leyó Elvis su obra alguna
vez?
No lo creo. Lo dudo. Era
simpático, me cayó bien.
También conoció a John
Lennon, ¿verdad?
Me gustaba John Lennon. Le
conocí un poquito y me gustó mucho. Era muy inteligente. Una persona sensible,
con muy buen corazón. A ella [Yoko] no la podía soportar. A la japonesa.
Siempre se ponía paranoica. En mi opinión, es la persona más desagradable del
mundo. Una majadera.
¿Qué opinión le merece Mick
Jagger?
Mick es un pelmazo. Todos
ellos me parecieron muy aburridos. Como músicos, nunca he tenido mucha
consideración por los Rolling Stones.
¿Qué le parecen las
canciones de Bob Dylan?
Nunca me han gustado,
siempre he pensado que Dylan era un farsante.
¿Por qué no ha votado usted
nunca?
Nunca he vivido lo
suficiente en parte alguna.
Pero sí ha vivido lo
suficiente en Nueva York.
Ahora sí. Quiero decir que
nunca he estado en ningún sitio más de tres o cuatro meses.
¿Cree que la gente debe
votar o no importa?
Sí, creo que deben hacerlo.
Me parece que todo el mundo debería votar contra los católicos. [Risas].
¿Qué político le parece
interesante? Hay testimonios de que le gustaba Ronald Reagan antes de ser
presidente.
Siempre me ha gustado.
¿Por qué?
Es una persona mucho más
inteligente de lo que la gente parece creer.
¿Qué opinión tiene de
Castro?
Castro es una persona
interesante. Me gustaría conocerle mejor. Creo que es muy inteligente y, en el
fondo, muy simpático. Ha tenido muy mala prensa.
FAMA Y DINERO
Malcolm Brinnin observó que
cuando usted tenía treinta y pocos años, ya había pasado por una serie de
etapas: de amigos de siempre a conocidos en el mundo del espectáculo, y de ahí
a la sociedad internacional. ¿Siempre pensaba en Plegarias atendidas mientras
se convertía, como dice Brinnin, en la mascota de la sociedad elegante?
Bueno, yo nunca he sido eso.
He tenido muchos amigos ricos. Y todavía tengo muchos amigos que son ricos. A
mí no me cae especialmente bien la gente rica. De hecho, es como si despreciara
a la mayoría de ellos. Diría que la mayor parte de los ricos que conozco
estarían más completamente perdidos que cualquier otra clase de gente si no
tuvieran dinero. Por eso es por lo que el dinero significa tanto para ellos,
por eso están tan desesperados y tienen esa fijación sobre el tema y por eso se
manti enen tan unidos como un enjambre de abejas en una colmena, porque lo
único que de verdad tienen es su dinero. Si no lo tuvieran, se quedarían
absolutamente sin nada.
Así que la respuesta a la
pregunta “¿Son diferentes los ricos?” es “Sí, tienen más dinero”.
No, no. La verdadera
diferencia entre la gente rica y las personas normales es que los ricos sirven
unas verduras maravillosas. Verduras diminutas y deliciosas. Cosas muy
recientes, apenas salidas de la tierra. Maíz temprano, guisantes pequeños,
corderitos a los que se ha arrancado del vientre de la madre. Esa es la
verdadera diferencia. Todas sus carnes y verduras son increíblemente frescas y
recién nacidas.
DROGAS, ALCOHOL, DEPRESIÓN Y
MUERTE
Ha escrito usted sobre un
punto de saturación vital donde todo se vuelve puro esfuerzo y repetición
total. ¿Oscila dentro y fuera de este punto, o es algo mucho más íntimo?
Creo que oscilo dentro y
fuera de él. Paso largos periodos en que al levantarme por la mañana tengo
ganas de hacer algo y por otros en que no me dan ganas de levantarme. Siempre
sé cuándo me va a venir la depresión porque no tengo ganas de levantarme, tenga
o no tenga sueño.
¿Sabe usted de escritores
vivos que hayan llegado a ese punto de saturación vital o lo hayan superado?
No creo que nadie pueda
realmente superar ese punto, salvo con el suicidio.
¿Logra usted dormir más de
cuatro o cinco horas por la noche?
Más o menos.
¿Bebe usted demasiado a
veces?
Apenas bebo nada.
Pero ¿se toma un par de
copas al día?
¡Ah, sí! Pero no todos los
días. Y ni siquiera cada poco tiempo. Por ejemplo, hace cinco o seis días que
no tomo una copa.
¿Y cuántas etapas
verdaderamente alcohólicas ha tenido?
Solo una, de 1976 a 1979.
¿Y fuma mucho?
Fumaba, pero no lo he hecho
desde 1962. Empecé a fumar a los doce años, y he fumado como una chimenea.
¿Toma drogas?
Ha escrito que ha probado
casi todas. Todo menos la heroína. Pero lo he dejado.
¿Hay alguna droga que le
estimulara la imaginación?
La cocaína, durante un
tiempo. Me resultó una droga verdaderamente muy sugerente durante un tiempo,
casi un año, y luego me empezó a surtir el efecto contrario. Solía dejarme muy
tranquilo, pero con la mente muy estimulada.
¿Escribió mucho bajo su
influencia?
Sí, escribía mucho.
¿Buenos textos?
Sí, sí. Escribí mucho de
Plegarias atendidas. Lo de escribir estaba bien, pero de pronto, en vez de
dejarme tranquilo, cosa que necesitaba –estar físicamente tranquilo cuando
escribo-, me ponía sumamente nervioso, y eso no me convenía. Dejé de tomarla a
causa de mi trabajo; se interfería en mi trabajo al ponerme físicamente
nervioso, y eso es algo que no puedo tolerar.
¿Cree que es cierto que
morirá ahogado?
Eso es lo que me han dicho
varios adivinos.
¿Y tiene usted fe en los
adivinos?
He tenido unas experiencias
muy extrañas con adivinos. He de creer un poco en ellos.
¿Y las creencias? ¿Puede
admitir la idea de Cristo y de la Inmaculada Concepción?
No. Solo me gusta el
espectáculo. [Risas]. Es mejor que Studio 54.
¿Qué le parece el deseo
humano de la inmortalidad?
Pues yo nunca lo he tenido,
así que no le puedo decir. Para mí no tiene ningún sentido. La única vez que lo
noto es cuando veo a la gente con sus nietos y entonces comprendo vagamente qué
es, por qué tienen esa obsesión por los nietos. Tiene algo que ver con su
concepto de la inmortalidad.
¿Cree en una vida más allá
de la muerte?
No estoy seguro.
¿Cree en la reencarnación?
No estoy seguro.
¿No espera ser una tortuga
de mar en otra vida?
Ya lo he dicho antes, eso es
porque viven mucho tiempo y se hacen muy sabias.
¿En qué le gustaría
reencarnarse?
En un buitre.
¿Por qué en un buitre?
Porque los buitres son
libres y simpáticos. A nadie le gustan. A nadie le importa lo que hacen. No hay
que preocuparse ni por amigos ni por enemigos. Simplemente están ahí,
aleteando, pasándolo bien, buscando algo que comer.
Cortesía de Editorial
Anagrama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario